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31 de Marzo, 2010


Los días de Semana Santa

SEMANA SANTA
GABRIEL Mª OTALORA,

www.eclesalia.net  30/03/10.- En estos días se celebra el misterio de todo un Dios que decide hacerse hombre como expresión máxima de cercanía y encuentro, llevando siempre la iniciativa como ejemplo y oferta de amor para todas y cada una de las personas, a las que se dirige por su nombre en los pliegues más recónditos del Yo más íntimo aprovechando los acontecimientos de la vida.

En este tiempo marcado por los escándalos de pederastia, la Buena Nueva no puede quedar eclipsada en la semana cristiana más importante del año. El ejemplo de Jesús de Nazareth nos invita con insistencia a cambiar la manera de ver a las personas y a los acontecimientos. Su mensaje de compasión y amor fue tan deslumbrante que no lo aceptaron entonces como tampoco lo aceptamos ahora.

El domingo de Ramos todo parecía en su sitio. Jesús entra en Jerusalén aclamado y reconocido por el bien que hacía. Era un personaje famoso y querido, al que se le tributa una manifestación de afecto espontáneo cuando aparece a lomos de un borrico, símbolo de mansedumbre y paz. Pero, pocos días después, esas mismas gentes gritaban histéricos ante Pilatos “¡crucifícale!” Ellas y cualquier otra generación, nosotros mismos, hubiésemos sido aquellas gentes con la misma actitud.

Qué tensión tan insoportable sentiría Jesús viendo como se le estrechaba el acoso en medio de sus seguidores, buenas personas pero frágiles, que acabaron por hacerle sentir la soledad más amarga. Pero aceptó el desafío del amor, aquél amor desconcertante que superaba el formalismo legal de quienes lo utilizaban para sí y que ahora veían peligrar su status personal y “religioso”. Se fraguó el asesinato con la apariencia de que se ajusticiaba a un blasfemo y peligroso personaje que el pueblo debe abatir por el bien del pueblo. Allí se juntaron todos: autoridades, pueblo e invasores romanos.

El Jueves Santo o día del amor fraterno, es cuando Jesús lanza el mensaje revolucionario en su última Cena: “amaos los unos a los otros como yo os he amado”. El amor de Cristo nos incluye a todos pero sólo desde la práctica de los hechos se sabrá quienes se comportan como cristianos: sólo así. La Eucaristía nos remite al prójimo. Compartir la mesa es compartir su estilo de vida basado en el servicio como lo remarcó en el lavatorio de los pies, una tarea que entonces era propia de esclavos: acogida y servicio al otro: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”.

El Viernes Santo es el paso (la Pascua) de Dios por la noche del hombre. En esta madrugada comienza el tiempo de la Pasión, con la angustia y soledad de quien espera lo que le viene encima. Pero no deja de dialogar con el Padre, sobre todo en el huerto de los olivos, un ejemplo para todos de que la oración es imprescindible si queremos estar por encima de nuestras limitaciones. En cambio su silencio ante las autoridades sometía a prueba a sus acusadores culpables.

El Sábado de Pascua es la fiesta grande cristiana. Es el día de alegría por saber del triunfo del amor y la Resurrección de quien ha transformado el dolor en fuente de vida. Sólo el amor desde la fe puede comprender la Resurrección de Jesús; por eso no fue un acontecimiento de masas. Y tuvo que ser una mujer la que sería el primer testigo de la resurrección de Jesús.

La Pascua no ha terminado; no termina: la celebramos no solo en la Eucaristía sino en cada encuentro con el prójimo. Cada día podemos resucitar un poco más de nosotros renovando y humanizando nuestro entorno. Vivir la Pascua es florecer nuestra vida, ver con ojos nuevos y actuar sabiendo que el silencio de Dios no es ausencia. Dios transforma el sufrimiento; nos asegura que es vencible, que podemos mitigarlo, incluso evitarlo y, sobre todo, convertirlo en amor. Que la muerte no es el final: lo último será el amor total y para siempre. Así es como deberíamos vivir la Semana Santa para ser luz de quienes nos rodean. Pero todavía no hemos aprendido a reconocer la viga en nuestros ojos, se llame pederastia o de cualquier otra forma

Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 31 de Marzo, 2010, 23:36, Categoría: Reflexiones creyentes
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La presencia de Judas en la vida

Judas aparece como el protagonista de la liturgia de los tres primeros días de la Semana Santa: el Evangelio siempre habla de él. Y Judas está presente también en el cenáculo.

La presencia de Judas en medio de los doce, en torno a la mesa de Jesús, es, indudablemente, el hecho más inquietante entre los hechos, todos inquietantes, que se condensan en vísperas de la pasión del Señor. Es la presencia del enemigo entre los amigos, del que golpea en el momento y lugar en que se precisa la confianza, porque nadie puede ya defenderse con ninguno.

Jesús no ignora esta presencia, no la pasa por alto; pero, a la vez, no descubre a Judas, no le acusa, no discute con él, no trata de defenderse. No calla a propósito de dicha presencia, para hacerse también presente a él hasta el final. Los doce, sin embargo, tratan de descubrir quién es el que de ellos miente: y en esta tentativa sucumben y caen en la antigua ley de la sospecha recíproca generalizada, de la acusación, de la división. De aquí nace siempre la crisis de la relación fraterna y de comunión: del temor de ser traicionados, del temor de que otro se aproveche, de la pretensión imposible de poner a prueba y verificar las intenciones del otro. No existe otra manera de vencer al traidor que entregarse en sus manos y poner en manos de Dios la propia causa. Pensemos en cuántos desavenencias, cuántas ofensas, cuántas prepotencias, se esconden en nuestra vida por la sospecha. Para sentarse en torno a la mesa de Jesús es preciso fiarse uno de otro sin pensar en el precio que puede costar esta confianza.
Fuente: Reflexiones Catolicas
P.D.: Judas, un personaje del que no debemos olvidarnos, pues suele estar presente mas de la cuenta en nuestras vidas, bien como protagonistas nosotros bien como sufridores

Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 31 de Marzo, 2010, 23:25, Categoría: Reflexiones creyentes
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