Mc 2, 1-12
Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos, que no quedaba sitio ni a la puerta. El les proponía la Palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico, y como no podían meterlo por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: “Hijo, tu pecados quedan perdonados”. Unos letrados, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: “¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede personar pecados fuera de Dios?” Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: “¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil; decirle al paralítico tus pecados quedan perdonados o decirle: levántate, coge la camilla y echa a andar? Pues, para que veáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados...”, entonces le dijo al paralítico: “Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”. Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: “Nunca hemos visto una cosa igual”.
José María Castillo en http://www.somosiglesiaandalucia.net/
1. El tema central de este relato es el perdón de los pecados. Jesús lo plantea sin que el enfermo le pida ser perdonado. Lo que quería el enfermo era ser curado. Además, el perdón de los pecados es lo que escandaliza a los letrados. Hasta el extremo de que acusan a Jesús de blasfemia, que estaba castigada con la pena de muerte (Num 15, 30 s; Lev 24, 11 ss). Lo que deja a la gente atónita no es sólo la curación del paralítico, sino que eso sea la demostración de que “en la tierra” (Mc 2, 10) hay poder para perdonar pecados, un poder dado “a los hombres” (Mt 9, 8).
2. En la religión de Israel, el perdón de los pecados era privilegio del sumo sacerdote y estaba ligado al culto y al sacrificio (J. Gnilka). Es decir, era un acto estrictamente religioso y sagrado. Jesús seculariza el perdón de los pecados. Jesús perdona sin condiciones y sin límites.
3. Es más, Jesús le quita ese privilegio al sumo sacerdote. La gente entiende que ese poder ha pasado del cielo a la tierra, del templo a la casa, del pontífice a los hombres (Mt 9, 8). Más aún, Jesús llegó a decir que todo el que perdona a su hermano, ese perdón queda ratificado en el cielo (Mt 18, 15-18). Lo que importa no es que los sacerdotes nos perdonen, sino que nos perdonemos unos a otros. Eso es lo difícil. Pero es lo decisivo.
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