Lc 1, 46-56
En aquel tiempo, María dijo: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo. Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia - como lo había prometido a nuestro padres - en favor de Abrahán y su descendencia para siempre”. María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.
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José María Castillo
1. Prescindiendo de cuestiones técnicas que plantea este himno (su origen, su estructura literaria...), lo que más interesa es caer en la cuenta de que, en esta “proclama” que hace María, la madre de Jesús, expresa los grandes temas que motivaban su espiritualidad. Lo cual es importante. Porque la devoción a la Virgen es central en la vida de muchos cristianos. Pero esa devoción, rectamente orientada, debe buscar no sólo la “protección” de María, sino antes que eso la “ejemplaridad” de María. ¿Cómo era la espiritualidad de la madre de Jesús? ¿Qué ideas le inculcó aquella madre a su hijo?
2. Lo primero, la idea de la misericordia de Dios, que se perpetúa de generación en generación. Es una misericordia que no cesa, que no se cansa, que siempre está a favor de los humanos. El Dios de María es, ante todo, un Dios misericordioso, bondadoso, cercano. No es el Dios lejano, terrible, amenazante, que muchos israelitas tenían en sus sentimientos religiosos. Es el Dios que a todos nos supera en ternura, respeto y bondad.
3. Es también un Dios fuerte, que “hace proezas con su brazo”. Pero, ¿cómo? ¿para qué? Sencillamente, para cambiar radicalmente el mal “orden” que los hombres hemos organizado en este mundo. El Dios de María actúa como un subversivo del sistema: a los grandes y poderosos los tira por tierra, mientras que a los humildes y hambrientos los colma de pan, de satisfacción, de alegría y de esperanza. Sin duda, éstas fueron las ideas religiosas y sociales que María inculcó a Jesús. Esto es el que Jesús debió aprender de su madre.