Jn 5, 24-29
“En aquel tiempo, respondió Jesús a los judíos: “En verdad os digo, que el que me oye mi palabra y cree en aquel que me envió, tiene vida eterna y no viene a juicio, sino que pasó de muerte a vida. En verdad os digo, que viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren, vivirán. Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también dio al Hijo el tener vida en sí mismo, y le dio poder de hacer juicio porque es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto, porque viene la hora, cuando todos los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hicieron bien, irán a resurrección de vida, mas los que hicieron mal a resurrección de juicio”.
José María Castillo en http://www.somosiglesiaandalucia.net/spip/spip.php?article1226
1. En el día de los difuntos, es lógico, es natural, es inevitable que recordemos a los que murieron, especialmente a quienes, por el motivo que sea, representan para nosotros algo importante en la vida. Sin embargo, lo que más importa, en este día, no es mirar al tiempo pasado, sino fijarnos en la eternidad, que trasciende el espacio y el tiempo. Y nos sitúa en otro orden de existencia para siempre.
2. Pero cuando los cristianos hablamos de la muerte, es importante tener en cuenta que el ser humano no es un compuesto de dos elementos, el cuerpo y el alma, que se separan en el momento de morir y se volverán a juntar al final de los tiempos, cuando todos seamos convocados al llamado juicio final. Esta antropología corresponde al dualismo del pensamiento helenista, que influyó en el pensamiento de la Iglesia antigua y ha marcado la cultura de Occidente. Por el contrario, el pensamiento bíblico no es dualista, sino unitario. El ser humano implica esencialmente corporalidad, es decir, se constituye por un “cuerpo” animado por un “espíritu”, fundidos en una unidad tan perfecta, que (al menos, hasta el día de hoy) resulta imposible establecer dónde y cómo se sitúa el punto de sutura de lo corporal con lo espiritual en cada ser humano.
3. La muerte no es una separación del cuerpo y el alma, sino una transformación del ser humano en su totalidad. De forma que el momento de la muerte es también el momento de la resurrección. Se trata de la transformación del ser humano temporal en el ser que trasciende el espacio y el tiempo, de forma que entra en una condición nueva de existencia. Por eso se puede decir que el cadáver es el último despojo que dejamos en este mundo. En el cementerio ya no está nuestro cuerpo. Sólo está nuestro recuerdo. La plenitud de nuestro ser transformado está para siempre con el Señor de la gloria.
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