(Lc 13,10-17): En aquel tiempo, estaba Jesús un sábado enseñando en una sinagoga, y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse. Al verla Jesús, la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios.
Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado». Le replicó el Señor: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?». Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.
Hoy se nos habla, entre otras cosas, de libertad. Libre quedó aquella mujer no solo de la enfermedad sino también de las normas y leyes que no ponen por encima de todo y en primer lugar a las personas, como aquella que prohibía hacer el bien un sábado. De la libertad, don preciado que se nos ha dado para que podamos hacer acciones y tomar estilos de vida desde la opción personal y no desde la imposición. De la libertad que nos propugna Jesús que ni siquiera obligaba a seguirle: el que quiera seguirme, que lo haga. De la libertad de las personas y de los pueblos. “La causa de la libertad se convierte en una burla si el precio a pagar es la destrucción de quienes deberían disfrutar la libertad”- Ghandi. Hoy que muchos nos ponen por delante el dilema de seguridad o libertad, habrá que decir bien algo que estamos a favor de la seguridad de la libertad.
Las mediaciones que siempre han existido entre Dios y las personas y las que seguirán existiendo para comunicarnos –como el sábado, en un momento- no pueden ser absolutas. Siempre van a depender, en la mayoría de los casos, de las culturas del momento. Lo importante es la relación interpersonal y el seguimiento personal fruto también de las opciones personales. Viene a ser aquello de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”.
El mismo texto de Pablo que acompaña al Evangelio de hoy insiste en la misma idea: “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre!”. Y un padre no hace esclavos, siempre hace personas libres, fruto de la misma vida y de la evolución humana. Se nos ha dado el don de discernir, y ello nos impele a luchar contra todo tipo de sometimiento y de imposición.
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