(Lc 11,42-46): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¡Ay de vosotros, los fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza, y dejáis a un lado la justicia y el amor a Dios! Esto es lo que había que practicar aunque sin omitir aquello. ¡Ay de vosotros, los fariseos, que amáis el primer asiento en las sinagogas y que se os salude en las plazas! ¡Ay de vosotros, pues sois como los sepulcros que no se ven, sobre los que andan los hombres sin saberlo!». Uno de los legistas le respondió: «¡Maestro, diciendo estas cosas, también nos injurias a nosotros!». Pero Él dijo: «¡Ay también de vosotros, los legistas, que imponéis a los hombres cargas intolerables, y vosotros no las tocáis ni con uno de vuestros dedos!».
Es como un grito a la sinceridad, que coincide esencialmente en esforzarse para que lo externo nuestro esté de acuerdo con nuestro interior, nuestra manera de pensar y nuestro de exigir a los demás.
San Pablo dice: No me importa nada el ser juzgado injustamente por los demás; lo que me importa es que no me condene Dios. ni mi conciencia (1 Co.4, 3-4). Y en este mismo sentido, oraba K.Rahner: “Dios mío, ayúdame a no contentarme con creer que soy cristiano, sino haz que llegue a serlo de verdad”
En definitiva, como en días anteriores, es una llamada a la coherencia personal. A no vivir según las apariencias. En las cosas grandes y en las pequeñas. En la vida familiar y en nuestras relaciones con los vecinos. En el mundo laboral y en cada una de las relaciones sociales de nuestra vida.
Por otro lado es una llamada a no echarnos a nosotros mismos ni a los demás cargas insoportables, abrumándonos con exigencias que en si mismas son antinaturales. Lo que no es natural, lo que no va con el devenir de la naturaleza, no puede ser religioso ni evangélico.
Una advertencia a no ser juez de los demás, a evitar juzgar y condenar a otros, recordando la bondad y la tolerancia del Padre común. Tenemos para ello una receta que nos da el mismo Evangelio, cual es la corrección fraterna. Lo cual, sí que es una muestra de sencillez, de dar la cara, de coherencia interna que es, a nuestro juicio, el llamado evangélico de hoy
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