(Lc 11,27-28): En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, sucedió que una mujer de entre la gente alzó la voz, y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!». Pero Él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan»
Quiere mucho a su madre, la valora y la aprecia, sabe de su silencio, de su saber estar, de cumplir la voluntad del Padre, de escuchar las llamadas interiores, de su fidelidad… Sabe todo ello, y aunque no lo diga, la tiene como en un trono. Como todos los hijos con las suyas. Pero mas felices y dichosos los que en cada momento, ayer y hoy, siguen sabiendo escuchar y practicar la Palabra de Dios.
Jesús quiere que seamos dichosos, felices. No ha venido a traer el sufrimiento. Por eso valora también a su madre, no solo por haberlo traído al mundo, sino porque Ella fue una fiel cumplidora de la voluntad del Padre, aun cuando pudiera ir contra sus intereses personales, cual era el saberse desprender de su hijo, y animarle en la tarea tan difícil que le venía por delante y que acabaría con la Cruz.
Y nosotros escuchando y guardando la Palabra es como si lleváramos a Jesús en nuestro corazón y lo estuviéramos manifestando, dando a la luz en nuestra sociedad. Nos pareceríamos a su madre, a María. Si alguno escucha mi voz y abre su puerta, entraré y cenaré con el. Que esa cena la podamos celebrar día a día y podamos invitar cada vez a más gente. Y que la familia crezca.
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