San Pablo a los Tesalonicences 1 5,1-6.9-11. Hermanos, en cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente que el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche. Cuando la gente afirme que hay paz y seguridad, la destrucción caerá sobre ellos repentinamente, como los dolores de parto sobre una mujer embarazada, y nadie podrá escapar. Pero ustedes, hermanos, no viven en las tinieblas para que ese Día los sorprenda como un ladrón: todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios. Porque Dios no nos destinó para la ira, sino para adquirir la salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, a fin de que, velando o durmiendo, vivamos unidos a él. Anímense, entonces, y estimúlense mutuamente, como ya lo están haciendo.
Intercambiaremos a veces el texto evangélico del día por el trozo de la carta de Pablo, o por otro texto que nos ayude a reflexionar.
El de hoy nos sugiere vivir el momento presente, aquello de que a cada día le basta con su afán, y no estar preocupados por el futuro, por lo que pueda ocurrir, por el miedo a lo que pueda pasar. Si nos dejamos llevar por el miedo nisiquiera podríamos salir de nuestras casas, al cruzar la calle podríamos ser atropellados. Y nadie se muere la víspera, sino el día que nos toca. Por eso lo importante es recoger el mensaje de hoy de vivir cada día protegidos por la luz, por el dejarnos iluminar, y no andar a oscuras.
Vivimos en la luz cuando somos sobrios, cuando no somos engreídos, cuando la ira no nos domina, es decir no solo cuando escuchamos la Palabra sino la ponemos en práctica. Una práctica que siempre empieza y acaba con el compromiso con los demás, con la solidaridad. Pablo insiste en ello y lo saca como consecuencia: Animense, entonces, y estimulense mutuamente, como ya lo están haciendo.
¿Lo estamos haciendo, verdad? Pues sigamos en la tarea
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