Una forma de vivir
(Mc 6,7-13): En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: «Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas». Y les dijo: «Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos». Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Reflexiones de Jose María Castillo en somosiglesiaandalucia.net
1. Este relato de Marcos, que es más antiguo que el paralelo de Mateo (10, 5-15), contiene ya el mandato de la misión que consiste, ante todo, en la “autoridad” para expulsar espíritus inmundos, una denominación que se daba a los demonios. Esta creencia en los demonios era muy fuerte en Israel en tiempos de Jesús. La cosa venía desde los tiempos del exilio en Babilonia. Y es seguro que para Jesús, como para sus contemporáneos, hablar de demonios o de espíritus inmundos era hablar de enfermos del cuerpo y de la mente (O. Böcher). La autoridad de los discípulos es para liberar a la gente de esos males.
2. Lo que menos importa aquí son los detalles. Lo que interesa es el fondo del asunto. Y el fondo está en que, como se ha dicho, “el radicalismo ético de la tradición sinóptica era un radicalismo itinerante que podía practicarse únicamente en condiciones de vida extremas y marginales” (G. Theyssen). Esta afirmación necesita ser matizada. La misión de Jesús no puede quedar reducida únicamente a condiciones extremas y marginales. El Evangelio no es para situaciones extremas y marginales. Es para todos y para toda la vida. ¿Cómo es esto posible?
3. El Evangelio no presenta una forma extrema y extravagante de vivir. Lo que el Evangelio ofrece es una forma de vivir, que no está ni determinada ni condicionada por el dinero y el bienestar, sino por el proyecto de aliviar el sufrimiento, por la lucha contra los agentes de violencia, por el respeto a la dignidad y derechos de todos, por el empeño en hacer felices a quienes nos rodean. Esto es lo que quiere decir Jesús con las prohibiciones que impone a sus discípulos. Jesús no presentó un proyecto extravagante, sino un proyecto de humanidad.