(Mt 5,38-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano».
No se trata de que callemos ante el mal, de que no denunciemos la injusticia, de que no actuemos contra las acciones egoístas que buscan los intereses de unos pocos descuidando los de la colectividad. Se trata de que a la hora de intentar cambiar o corregir lo que hay en nuestro entorno, comencemos por nosotros mismos o lo hagamos a la par. Se trata de no ser hipócritas, de no aparentar, de evitar falsedades con nosotros mismos.
Hace poco leía que:”Cada minuto mueren peces por nuestra contaminación. Cada minuto un árbol es derribado por nuestras propias manos. Cada minuto desaparece un ejemplar animal por nuestra arrogancia. Cada minuto el aire es contaminado por nosotros mismos. Cada minuto el agua se hace menos potable. Cada minuto el planeta se deteriora y va muriendo a causa nuestra.” Con lo cual podemos deducir que nosotros mismos somos algo dañinos para nuestro planeta. Podemos denunciar esta situación y exigir de los que nos gobiernan acciones que favorezcan la sostenibilidad del medio ambiente, que hoy se dice. Pero si al mismo tiempo nosotros no somos capaces de reciclar la basura, o tiramos papeles a la calle, o dejamos bolsas semiperdidas porque son una carga para nosotros en el asiento del autobús, algo de hipocresía hay en nuestra vida.
Y, sobre todo, es una llamada para intentar comprender a las personas, escucharlas, conocerlas mejor, saber lo que les motiva antes de emitir juicios superficiales y, sobre todo, condenatorios.
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