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9 de Junio, 2009


Intuciones

(Mt 5,13-16):   En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».

 

La llamada que nos hace el Evangelio a ser sal y luz, es una llamada a salir de la rutina, a crecer, a seguir preguntándonos e interpelándonos, a refrescar nuestras intuiciones espirituales y ponerlas al aire. Ningún mejor momento mejor que el contexto de este mensaje para compartir la reflexión de Luis Sandalio, el cual desde el boletón Eclesalia, y aprovechando la inspiración del tiempo de Pentecostés, en un deseo por crecer y arriesgar junto a la comunidad creyente, trazando desde ella nuevas sendas de luz para este mundo, se interpela y nos interpela con unas cuantas intuiciones cristianas que compartimos con ustedes en este comentario:

 

ECLESALIA, 01/06/09.- (www.eclesalia.net) A veces no nos atrevemos a compartir aquellas intuiciones que nos parece que pueden sacarnos de nuestra vida normalizada y ponernos en una situación de inestable inseguridad. Sin embargo, es posible que precisamente por ahí esté soplando el Espíritu que no sabemos muy bien de dónde viene ni a dónde va; pero sí que presentimos por dónde pasa cuando nos enciende, ilumina y nos traspasa.

¿Por qué no nos juntamos para hablar de aquellas cosas que nos hacen cosquillas por dentro y nos invitan a arriesgar algo más... o mucho más? ¿A qué personas podríamos invitar a compartir estas reflexiones?

¿Por qué tenemos tanto miedo a entrelazar nuestras vidas en un mismo rumbo? ¿Será que nos da miedo ser manipulados o que estimamos excesivamente nuestra autonomía personal o familiar? ¿Será que no tenemos muy claro el carisma de la autoridad y nos resulta difícil reconocer y conjugar otros dones también para el servicio? ¿Será que nos resulta difícil concretar nuestro propio rumbo?

Si tuviéramos que concretarlo (para ver si se puede poner en común con otros e ir así juntos)… ¿Qué características fundamentales y concretas tendríamos que poner sobre la mesa? ¿Nos atreveríamos a concretar con nombres y apellidos el don de la comunidad? ¿O tal vez los trampantojos, con los que nos han cerrado el horizonte, han puesto techo, límite, contención, sentido común y cordura a nuestra ansia de altura, anchura y profundidad? ¿Seríamos capaces de atrevernos con un planteamiento nuevo, con una sed de crecimiento que nos desasosiega y nos empuja a una más auténtica aventura espiritual? ¿O nos parece que lo esencial ya lo hemos comprendido y no tenemos necesidad de desaprender? ¿Será que no vemos claramente la necesidad de “decrecer”? ¿A qué aspectos de nuestra vida tendríamos que aplicar esta necesidad para experimentar el increíble crecimiento que nos proporcionaría en otros campos? ¿O será que tenemos que esperar una crisis, una desestabilización que nos ponga a la intemperie y nos obligue a buscar una nueva forma de posicionarnos y de funcionar, para poder pronunciar sinceramente: “Nazareno, llévame en tu partida...”?

 

Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 9 de Junio, 2009, 8:48, Categoría: Comentarios al Evangelio
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