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7 de Junio, 2009


La Trinidad

(Mt 28,16-20):   En aquel tiempo, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

Fuente: http://www.servicioskoinonia.org/biblico/090607.htm

 

Esto de la Trinidad, tal y como lo han predicado, suena a «música celestial». Es un misterio, se ha dicho; no hay quien lo entienda.

Al fin y al cabo, por mucho que nos esforcemos, nunca vamos a poder desvelarlo. «Un sólo Dios y tres personas distintas. El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios. Tres personas distintas y un solo Dios verdadero».

Cuando para la mayoría de los cristianos el misterio de la Trinidad está entre paréntesis, hablar ahora de ella y de sus implicaciones en la vida ciudadana puede parecer el colmo de la paradoja. Pero, a pesar de ello, vamos a intentarlo porque, si creemos que estamos hechos a imagen de Dios, nos debe preocupar conocer su verdadero rostro para entender el nuestro.

Las ideas que tenemos de Dios, por regla general, no son demasiado cristianas, digámoslo abiertamente. Se han infiltrado en el cristianismo cuando éste se sumergió en la cultura griega. En el mejor de los casos son herencia del judaísmo.

Para unos Dios es “ese algo que mueve todo esto por ahí arriba”, «el principio y fin de todo», el “motor inmóvil” de Aristóteles, o aquello de la “inteligencia creadora” que apunta Platón. Para otros, Dios es un ser personal, alguien, pero implacable, irascible, celoso, vengativo, justiciero, aguafiestas, tapahuecos, inmóvil, impasible… Imágenes de un Dios cancelado por Jesús hace veintiún siglos. Dios no es así.

Dios no es algo, sino alguien. Nos lo dijo Jesús: “Cuando oréis decid: Padre…” (en arameo, la lengua de Jesús: «abbá»). Que a Dios se le llamaba «padre» estaba dicho y descubierto muchos siglos antes de Jesús. En oraciones sumerias como el Himno de Ur a Sin, dios lunar, el orante lo invoca como “Padre magnánimo y misericordioso en cuya mano está la vida de la nación entera”. Pero parece que se había olvidado.

Hoy que está en crisis la imagen del padre, que hay crisis de autoridad, ¿debemos seguir hablando de Dios como Padre? ¿No será contraproducente? ¿Qué clase de padre es Dios?

Dios, el Dios de Jesús, es padre, pero no paternalista ni autoritario. En esto radica la crisis de autoridad que atravesamos. Juan dice en su Evangelio: “El padre y yo somos una misma cosa” y Jesús dice a su Padre: “Yo sé que siempre me escuchas”. La primacía del Padre en la Trinidad no se ejerce en menosprecio o anulación del Hijo, sino con una autoridad que resulta paradójica: “El Padre ama al Hijo y lo ha puesto todo en sus manos”. Confianza y entrega plena es el clima de las relaciones entre Padre e Hijo.

Dios es también Hijo (palabra que proviene del latin “filius” y ésta de “filum”, hilo). Dicho de otro modo, Dios es dependiente. En toda familia, el hijo depende al nacer de los padres, pero, para subsistir como persona, tiene que cortar el cordón umbilical. Dependencia originaria y autonomía consecuente. En nuestra sociedad se da actualmente un rechazo del padre por parte de los hijos, de la autoridad por parte de los gobernados; se puede hablar ya de un mundo que abandona su ser patriarcal. ¿Y no será porque el padre corta la aspiración del hijo y porque el hijo, al subrayar su libertad, no reconoce su dependencia del padre? En la Trinidad divina no sucede así.

El Hijo no rechaza al Padre. Es camino e imagen del mismo. “Quien me ve a mí ve al Padre”. No hay dominación sufrida por el hijo, ni anarquía reivindicada en Jesús. Hay amor que lo iguala todo, gracias al Espíritu. Pablo, lo dice claramente en la carta a los Romanos: el hecho de llamar a Dios «Padre» lejos de esclavizarnos, nos libera de toda esclavitud, pues si Dios es nuestro Padre, ningún ser humano podrá sentirse señor y dueño nuestro; todos nos consideraremos hermanos y herederos de la promesa divina.

Dios, finalmente, es Espíritu. Como viento y fuego, calor, libertad, amor. Sin el Espíritu la relación Padre-Hijo se convertiría en tortura y martirio de frialdad y desamor.

Y aquí es donde la Trinidad se convierte en lección de vida ciudadana. Autoridad y paternidad en nuestra sociedad, sí; pero no autoritarismo ni paternalismo. Dependencia de hijos a padres, pero sin atentar contra la autonomía de cada uno. Y sobre todo amor, libertad, escucha, calor de hogar.

En el evangelio Jesús envía a sus discípulos para que hagan discípulos de entre todas las naciones y los consagren a este Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. A estos nuevos discípulos no les enseñarán una doctrina, sino «todo lo que él les mandó». Y lo que él les mandó fue poner en práctica los «mandamientos mínimos», esto es, la bienaventuranzas, que han tomado el puesto de los antiguos mandamientos de Moisés. Con la práctica de las bienaventuranzas, nacerá una sociedad alternativa, austera, solidaria, cargada de amor y apertura, libre de autoritarismo y respetuosa con las diferencias. En esa sociedad estará por siempre presente Jesús que ahora cumple la función de Enmanuel (Dios con nosotros): «Miren que yo estoy con ustedes cada día hasta el fin del mundo».

Acabemos recordando aquel lema que las Comunidades Eclesiales de Base brasileñas acuñaron hace unos 20 años: «A Trindade é a melhor Comunidade», la Trinidad es la mejor Comunidad

 

Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 7 de Junio, 2009, 9:06, Categoría: Comentarios al Evangelio
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