(Mc 12,28-34): En aquel tiempo, se llego uno de los escribas y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos».
Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.
Vale más que todos los sacrificios y promesas. La relación con Dios viene marcada por la relación con los demás, no solo el vecino de enfrente, o el compañero de trabajo, o el indigente con el que nos encontramos en la calle, sino con todos los seres humanos, con la humanidad entera. Amar a los demás es amar a la humanidad, es desearle lo mejor, como es la vida, la paz, la ausencia de muertes, de guerras y conflictos, la eliminación del hambre.
Hacemos con frecuencia de este precepto del Señor algo individual, con tal persona que nos encontramos o con cual que aparece en nuestra vida, pero no hacemos de ella un criterio comunitario, ni tampoco de nuestras comunidades. Con frecuencia nuestras propias instituciones religiosas salen a la palestra condenando el aborto, pues está en juego la vida de un ser, pero con esa misma intensidad y fuerza no se condena la injusticia, la guerra, la pena de muerte, el hambre, el genocidio social al que están sometidos muchísimas personas por el comercio injusto, por el tráfico de armas y un largo etcétera. Produce un sentimiento de observar la hipocresía con la que manejamos lo religioso. Lo vemos ahora con mas intensidad en aquellos países que están en contienda electoral. Hay grupos que, por aliarse con la Iglesia o sacar votos de sus miembros, hacen propaganda en contra de unas cosas pero defienden las otras. Condenan el aborto pero justifican la pena de muerte. Atacan el matrimonio homosexual pero no salen a la calle para protestar por las injusticias sociales o defienden el despido libre del trabajador, que suelen ser los más pobres. Condenan la eutanasia pero con el mismo vigor no lo hacen de las causas que originan el hambre en el mundo.
O no he entendido el precepto de la fraternidad del que habla el Evangelio de hoy, o son unos hipócritas que utilizan lo religioso para sus conveniencias.
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