(Jn 16,12-15): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros».
Hace días que se nos está hablando de la venida del Espíritu de Dios y de la necesidad que tenemos de ello. Es como el paso que hemos de dar para ser adultos en la fe. Recibirlo, aceptarlo y actuar en consecuencia. Recibirá de lo dejado por el Maestro y nos lo volverá a anunciar, desde el interior de cada uno y desde los acontecimientos de la vida, desde la Palabra escrita en el testimonio de los libros sagrados y de la escrita en el muro de la vida de muchas personas de cada tiempo y época de la historia.
Hoy más que nunca es necesaria la conciencia de su venida y presencia entre nosotros pues los tiempos que vivimos plantean expectativas y retos nuevos, donde no podemos repetir los mismos esquemas de acción, pero si renovar los valores del Evangelio posiblemente con acciones y métodos diferentes.
Entre nosotros sigue habiendo gente que se sube a los árboles, como Zaqueo, o que andan de noche, como Nicodemo, pero todos con el afán interior de renacer a una vida diferente, más acorde con su propio interior y en paz consigo mismos y con los demás. Son tiempos nuevos, personas con problemas diferentes, pero todos necesitados de las mismas respuestas adaptadas a su realidad. Renovar nuestra fe es también reactualizar su respuesta en nuestra sociedad. Son los tiempos nuevos en los que el viento y la fuerza del Espíritu pueden dejar su nuevo ímpetu, como fuego que quema lo viejo y caduco. Posiblemente existan concepciones falsas del Dios de Jesucristo que hemos ido montando, consciente o inconscientemente. Posiblemente nos encontramos con muchos prejuicios, construidos a veces por los propios creyentes, que impiden a otros dejarse seducir por el valor del Evangelio. Posiblemente nos encontremos con gente que no necesitan respuestas generales, uniformes y de enciclopedia, sino respuestas adaptadas a sus peculiaridades y perfiles personales.
Ser creyente adulto en esta sociedad de hoy nos va a obligar a reestructurar comportamientos y maneras de situarnos ante la sociedad. Una sociedad diferente y en cambio necesita también respuestas nuevas, abiertas, tolerantes, sin perder de vista los criterios básicos de amor, fraternidad, justicia, libertad interior y similares ya conocidos por todos nosotros. De hecho no hemos nacido creyentes, sino que nos hemos ido haciendo poco a poco. Igual opción tienen los que nos rodean. Irse haciendo progresivamente.
|