(Jn 14,21-26): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él». Le dice Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?». Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho».
El resumen de lo que el Maestro plantea no puede ser otro sino lo que nos advierte el dicho popular: "Obras son amores, y no buenas razones". Además tenemos la garantía de su fuerza y ánimo, y la influencia poderosa que su Espíritu ejerce sobre nosotros, motivándonos en el empeño un día y otro, impulsándonos y no dejándonos solos. "El nos recordará todo lo dicho". E impulsará en cada momento de la historia las iniciativas pertinentes para que a niveles personales y a niveles comunitarios –no se nos debe olvidar esta dimensión- intentemos actualizar su Reino con los mismos valores de siempre (amor, perdón, comprensión, justicia, libertad, fraternidad…) pero con concreciones diferentes según los tiempos, porque tanto ayer como hoy "si alguno me ama, guardará mi Palabra".
Así pues cuando nos preguntamos en nuestro interior si estaremos amando a Dios o no, ya tenemos la respuesta que desde dentro también hemos de darnos: hacer sus obras, guardar su Palabra. La respuesta es fácil. Lo que es más complicado es traducirla en el día a día. Nos exige salir del ego, de la comodidad, del mirarnos al ombligo, y de pensar más en la realidad que nos rodea. No pasar a su lado haciéndonos los desapercibidos, los pasotas o los distraídos.
Tenemos que revisar nuestro compromiso y presencia no solo en las parroquias, comunidades cristianas o movimientos apostólicos, sino también en los sindicatos, en la política, en asociaciones de vecinos, movimientos sociales con discapacitados, inmigrantes, empresas de reinserción social o el tercer mundo, con la mira de no permanecer en el paternalismo sino de forzar cambios estructurales en la sociedad. Puede que no todos estemos llamados a una participación activa en estas instituciones, pero sí a estar cercanos de lo que en esos lugares se cuece y prestar nuestra solidaridad a todo lo que huela estar a favor de los más pobres. Es otro de los criterios constantes no solo del Evangelio, sino de toda la Biblia, tanto que en el sentir de muchos teólogos la justicia cristiana no consiste en dar a cada uno lo suyo (los ricos tendrían cada vez más entonces, pues cada día tienen la posibilidad de apropiarse de mas y mas cosas), sino de ponerse siempre del lado del más débil.
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