(Jn 3,16-21): Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.
Hemos hecho uso muchas veces de la palabra condena, y de la de castigo así como la de juicio. El temor de Dios lo hemos entendido no como respeto cargado de confianza sino como miedo. El “ten cuidado, que Dios te castiga” o “Dios castiga sin palos ni piedras” todavía se escucha en nuestra sociedad y familias, sobre todo a los más pequeños. Y vino desde hace siglos el Maestro a decirnos que su tarea no es condenar, ni juzgar, sino salvar al mundo. No solo a las personas, sino tambien a los grupos, a las instituciones, a las organizaciones, a las estructuras, a la tierra. Al mundo. Y nos lo recuerda el evangelio del día hoy precisamente que celebramos el Día Mundial de la Tierra, y los datos escalofriantes de las Naciones Unidas nos indican que 5.000 es el número de los muertos por sed en Africa cada día. Un número que significa personas. Un número que significa un mundo mal organizado. Y El ha venido no para condenarnos, ya tenemos una estructura que nos lo hace, sino para salvarnos de esa situación. Eso sí no lo hará con un milagro, sino a través de las obras de la luz y de la verdad, que podrán y deberán ser realizadas por los hombres y mujeres de todos los tiempos, también de este, no importa su creencia y condición. En una tarea así, salvar al mundo y no condenarlo, no debemos dejar el proyecto de Dios en una quimera o utopía, sino ponernos todos manos a la obra. Para que así quede de manifiesto que nuestras obras están hechas según Dios.
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