(Jn 3,14-21): En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.
»Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios».
Quiso estar cercano
José María Castillo
http://www.redescristianas.net/2009/03/19/evangelio-del-22-de-marzo-4%c2%ba-de-cauresmajose-maria-castillo/#more-15193
1. Antiguamente, la serpiente era un símbolo que representaba a los dioses curanderos. En la Biblia se habla de la serpiente de bronce que curaba a los hebreos mordidos por serpientes en el desierto (Nm 21, 8; Sb 16, 5.7). Se trata de un símbolo de salud y de vida. Como lo es Jesús para cuantos lo miran con fe. El nuevo símbolo de la vida no es un rito mágico, sino Jesús, víctima de su generosidad extrema.
2. Dios no se hizo presente en este mundo, en la persona y vida de Jesús, porque se sintiera ofendido, indignado, irritado. Dios se hizo presente en el mundo, en el hombre Jesús de Nazaret, porque quiere tanto al mundo, que no soportaba más estar lejano, distante, desconocido. Dios se humanizó en Jesús.
3. Humanizándonos, encontramos la luz y amamos la luz. Endiosándonos, encontramos las tinieblas y toda nuestra vida proyecta oscuridad. No hay cosa más turbia y oscura que una persona que sólo aspira a subir, trepar, instalarse. Como no hay luz más poderosa que la luz del que es tan humano que no tiene nada que ocultar, de forma que sus obras, su vida, contagia bondad y humanidad.
(Jn 3,14-21): En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.
»Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios».
Quiso estar cercano
José María Castillo
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1. Antiguamente, la serpiente era un símbolo que representaba a los dioses curanderos. En la Biblia se habla de la serpiente de bronce que curaba a los hebreos mordidos por serpientes en el desierto (Nm 21, 8; Sb 16, 5.7). Se trata de un símbolo de salud y de vida. Como lo es Jesús para cuantos lo miran con fe. El nuevo símbolo de la vida no es un rito mágico, sino Jesús, víctima de su generosidad extrema.
2. Dios no se hizo presente en este mundo, en la persona y vida de Jesús, porque se sintiera ofendido, indignado, irritado. Dios se hizo presente en el mundo, en el hombre Jesús de Nazaret, porque quiere tanto al mundo, que no soportaba más estar lejano, distante, desconocido. Dios se humanizó en Jesús.
3. Humanizándonos, encontramos la luz y amamos la luz. Endiosándonos, encontramos las tinieblas y toda nuestra vida proyecta oscuridad. No hay cosa más turbia y oscura que una persona que sólo aspira a subir, trepar, instalarse. Como no hay luz más poderosa que la luz del que es tan humano que no tiene nada que ocultar, de forma que sus obras, su vida, contagia bondad y humanidad.
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