(Lc 9,22-25): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?».
La Cuaresma nos presenta un tiempo para reflexionar si andamos en el camino que nos enseña el Evangelio, y para comenzar hoy Jesús nos advierte que es el camino de la cruz o de la negación a si mismo. Nada fácil ni sencillo, pues negarse es pensar antes en el otro que en ti, es elegir no precisamente lo más facil, es tener una sonrisa siempre para los demás, es saber protestar ante cualquier tipo de injusticia. Es, sabiendo lo difícil que es, orar y suplicar que Dios nos ayude en este camino. Es lo que hacemos hoy con esta oración conocida por muchos de nosotros:
Señor;
un año más me convocas al ascenso hacia la PASCUA.
Soy consciente de que, tal vez, me encuentras
con las mismas dudas y batallas del año pasado.
¡Perdóname, Señor!
Quisiera rezar, y siempre encuentro mil excusas,
sacrificarme, y me digo que son cosas del pasado,
darme generosamente, y pienso que tal vez,
algunos, se aprovechen de mi buena voluntad.
Pero, Tú, Señor,
sales a mi encuentro, para levantarme de nuevo
y recuperar las ganas de creer y de vivir en Ti.
Sales a mi paso, para que mirándote a los ojos,
descubra que merece la pena seguirte.
Caminas hacia el calvario, para hacerme entender
que la vida es grande cuando, al igual que la tuya,
se ofrece por salvar y garantizar una vida eterna a los demás.
¡Ayúdame, Señor!
En esta peregrinación hacia la Pascua:
que tu Palabra no falte en mi equipaje, para conocerte,
que el ayuno, sea un arrullo de tu presencia,
que mi caridad, florezca sin demasiado ruido,
que mi oración, brote espontáneamente,
para nunca, por ella, dejar de buscarte y de tenerte.
¡Ayúdame, Señor!
A comprender que este tiempo al que tú me invitas,
es oasis de meditación y de paz,
de vuelta de los malos modos o ásperos caminos,
y de encuentro con el gran olvidado: DIOS.
Y, si en algún momento, yo me olvido de esto, Señor;
remueve mis entrañas y mi memoria,
para que nunca olvide o deje en el tintero,
tantos momentos de tus dolores y sufrimientos
en rescate del hombre.
Amén.
Javier Leoz
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