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Hoy es una doble fiesta: La Presentación de Jesús en el Templo y la Purificación de Ntra. Señora. Ninguno de los dos está sujeto a la ley que obliga a presentar al recién nacido en el Templo, y al rito de la purificación de la madre, a quien la ley judía considera impura después de haber dado a luz a una criatura. Pero los dos se someten y cumplen, como cualquier otra pareja, los requisitos que esa ley exige.
Hubieran pasado desapercibidos, pero en la puerta del Templo estaban Simeón y la Profetisa Ana,...dos ancianos que coloca el mismo Dios para rendir homenaje a su Hijo.
Se puede llamar a esta festividad la de la Humildad. La familia de Nazareth en pleno cumpliendo las leyes, y ofreciendo los tributos que les corresponde como gente humilde.
María, con el Niño en brazos, hace su ofrenda. Y de su actitud hemos de aprender que nada de lo que Dios pone en nuestras manos es nuestro, como posesión privativa. Que todo es como una encomienda que se nos hace para ponerla al servicio de los otros. Y que la vida es como un sueño que al igual que María presenta a su Dios nosotros los presentamos cada día, aunque puedan parecernos sueños rotos o no cumplidos. Sobre esto, nuestra amiga Ninfa Duarte hace una linda reflexión que en un día como hoy, bajo la protección de María, nos vendrá bien seguir, para presentar a Dios, con la protección de María, nuestros sueños pequeños o grandes, o mejor para saberlos presentar con la misma actitud que María, su confianza plena:
Escarbando viejos papeles, hoy encontré un bellísimo poema
de Lauretta Burs, que trascribo aquí:
Así como los niños traen sus juguetes rotos,
con lágrimas en los ojos,
para que lo reparemos los mayores,
yo traje mis “sueños rotos” a Dios,
porque Él es mi amigo.
Pero en vez de dejar en sus manos
para que trabaje a solas con mis sueños,
yo me quedé a su lado
tratando de ayudar a mi manera.
Al final, tomé mis sueños rotos,
los retiré con violencia de sus manos
y le grité: ¿cómo puede ser que
trabajes tan lento?
Él me respondió con calma…
con infinita calma:
-Mi hija, ¿qué puedo hacer yo?
si nunca lo soltaste…
Al terminar de leer este poema, comprendí porqué las veces que lo visité
a solas en penumbra frente al sagrario, para pedirle
que cure mis heridas; nunca escuché respuesta.
Es que yo nunca había dejado que Él solo reparara “mis sueños rotos”,
siempre lo sostuve en mis manos por temor de perderlos y preferí aprisionarlos antes que “confiar” en que el Señor me los iba a reparar.
-Perdón, Señor!... hoy retiro mis manos de todos mis sueños rotos
y te los entrego con alma y vida para que Tú me los repares.
Sé que lo harás!
Amigo, amiga, si tienes algunos “sueños rotos”,
ya sabes lo que debes hacer con ellos.
Entrégales al Señor, suéltalos y dile:
¡REPÁRAMELOS SEÑOR!
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