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26 de Enero, 2009


El dolor no tiene la última palabra

(Mc 3,22-30):   En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios». Entonces Jesús, llamándoles junto a sí, les decía en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno». Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo».

 

 

Hemos reflexionado en infinidad de ocasiones como el expulsar demonios de alguna forma simboliza la lucha contra el mal y la maldad que existe a nuestro alrededor, la colaboración en buscar una sociedad mejor organizada, más fraternal, mas solidaria.

 

En esta línea y como el mejor comentario que hoy pudiéramos hacer a esta aportación del Maestro, traemos a colación el testimonio de una creyente en Sudán, en tierras africanas, desprovistas de muchas de las cosas que tenemos en nuestras sociedades organizadas, llamadas del bienestar. Un testimonio donde la compasión que Jesús manifiesta en el texto evangélico del día, la vemos concretada de maneras diferentes en el texto de esta hermana nuestra.

 

DECIDIR QUE EL DOLOR NO TIENE LA ULTIMA PALABRA

 

Vivir en África implica que esté constantemente despierta. Me refiero a que toda esta realidad absolutamente nueva para mi, me impele a abrir el corazón, la mente, el entendimiento, mi ser, para poder estar así realmente presente compartiendo la historia de este pueblo que lucha por resurgir después de tantos años de una cruenta guerra que intentó acabar con lo poco que había, a la vez que voy entretejiendo anteriores vivencias en búsqueda de nuevos aprendizajes para no pasar de largo por la vida.

 

En este intento, los primeros que han dado conmigo son los niños; en mi opinión, los mejores anfitriones en cualquier lugar que se visite. Excelentes relacionistas públicos, historiadores, guías turísticos, en fin, todo cuanto cualquier foráneo pudiere necesitar está al alcance de esas manos pequeñas,  de sus ojos curiosos pero acogedores y sus sonrisas calidas y traviesas.

 

Muchas  veces los descubro observándome detenidamente, ni siquiera parpadean. No se lo que piensan, aquí la diferente soy yo (arbo*:“cowaya”, que significa blanca), aunque podría asegurar que ellos no estiman diferencias. Entonces, tras mirarlos, les sonrió y al decirles cbat*:“chiwac” (hola), los sorprendo y es como si los trajera de vuelta a donde los llevaron sus pensamientos, aquellos que me encantaría develar, de donde regresan sonriendo.

 

Siempre he sentido una afinidad especial con los niños, es un regalo de Dios que me ha permitido disfrutar y aprender mucho. De modo que ahora mis nuevos maestros están ofreciéndome una preciosa lección, algo que deseo compartir con aquellos que están donando su vida en la formación mejores seres humanos, aquellos que podrían hacer realidad la construcción de un mundo en donde se valore la vida.

 

Estos pequeños niños sudaneses, y ahora particularmente, miembros del grupo étnico  Dinka, nacieron o contaron pocos años bajo el azote inmisericorde de la guerra que ha marcado sus vidas y forma parte de su historia. Con tan poco tiempo en el planeta y ya saben del dolor y de las perdidas que ocasiona el sinsentido de luchar unos contra otros, tras los bombardeos que cuentan, padecieron día a día cada mañana.  Saben más que del miedo, del pánico al verse perseguidos corriendo de un lado a otro en busca de un lugar donde esconderse y después donde refugiarse. Saben qué significa ver destruida su escuela, el templo, el hospital, sus propias viviendas.  Saben también, que se siente al no poder comer o dormir y lo peor, saben de la perdida de los suyos, padres, hermanos, maestros, familiares, amigos o de las mutilaciones de los que sobrevivieron… Demasiadas experiencias dolorosas para cualquier ser humano.  

 

Entre muchas otras preguntas me planteo: ¿Cómo es posible sobreponerse después de todo esto? ¿De dónde obtienen tanta fuerza estos seres tan pequeños? ¿De dónde les surge la esperanza en una realidad diferente, cuando no tienen otro referente más que lo tristemente vivido?

No tengo todas las respuestas, de tenerlas habría conseguido una de las principales lecciones de vida para el género humano, pues sabría como afrontar el sufrimiento sin sucumbir ante él. De tal modo que los contemplo casi que con veneración para ver si aprendo un poquito de ellos.

 

Lo primero que siento es una profunda admiración por su resistencia; son capaces de caminar largas rutas en búsqueda de agua, pues uno de los principales problemas aquí es la carencia de este precioso liquido. Es cotidiana la escena de verlos desfilando en todos los tamaños en las horas en que es menos fuerte el sol  cargando recipientes cada uno según se lo permiten sus fuerzas.  También, deben transitar por horas y horas hasta llegar a la escuela, muchas veces en vano, pues por distintas razones no tienen clases o las reciben incompletas, así que deben devolverse, acompañados por un sol implacable y el hambre que forma parte de su dura realidad, pues ellos no pueden alimentarse diariamente o reciben cantidades incipientes. Pero ante todo, y esto forma parte de una de las cosas que mas llama mi atención es que a pesar de esto no se quejan, ni le echan la culpa a nadie,  las dificultades no logran detenerlos, no por ello dejan de asistir a la escuela,  ni malogran su día.

 

De igual manera admiro su convicción religiosa,  de nuevo, deben recorrer mucho trecho hasta llegar donde se celebra la Eucaristía y,  dadas las condiciones del trayecto que dificulta la llegada de los sacerdotes, allí casi siempre deben esperar por horas. Hace poco estuve en una celebración de confirmaciones. La mayoría de asistentes eran niños.

 

Contamos con la suerte que la carretera estuviera en “buenas condiciones”, así que el retraso solo fue casi de hora y media. Al llegar, un grupo de jóvenes, incluidos los confirmandos, deseaba confesarse aprovechando la visita del obispo y dos sacerdotes, de manera que esto tomó más tiempo antes de empezar.

 

En otro contexto esto seria inamisible, pero para ellos la posibilidad de celebrar juntos es más importante que nada; están allí con todo su ser, no pensando en que tienen otra u otras cosas por hacer.  Además, está el respeto que les merece que otros hermanos suyos estén recibiendo un sacramento.  De modo que la celebración inicio no a las 10:30 A.M como estaba previsto, sino a las 2:38 P.M  

 

Podría continuar compartiendo mucho más de aquello que voy observando, pero escogeré un último detalle muy significativo para mi; se trata de las niñas que tienen bajo su responsabilidad el cuidado de sus hermanitos menores. Dado que es una convicción cultural el hecho que su papel se asemeja al de las propias madres, ellas con pocos años de diferencia asumen este rol de manera admirable. Nuevamente hay que sumar los factores y dadas las condiciones del clima, de su estado de nutrición y en muchas ocasiones de estar aún pequeñas, esto parecería impensable. Sin embargo, hay algo más en que un hecho cultural y es que AMAR ES UNA DECISIÓN Y NO HAY NADA QUE ESTA RESOLUCION NO SEA CAPAZ DE LOGRAR. Otra de las maravillosas enseñanzas que corroboro observándolos y digo otra, porque según lo interpreto, la principal lección que estoy aprendiendo es que, contrario a lo que se podría pensar, las carencias y dificultades, pueden fortalecer la voluntad y el espíritu de supervivencia y en la misma ruta, la capacidad para resistir a lo adverso. ¿Ocurre lo mismo cuando se proporciona y resuelve absolutamente todo a los hijos y/o estudiantes? La respuesta, producto de nuevo de mis observaciones es NO. Tristemente en la mayoría de los casos se forman personas dependientes, egoístas, inseguras, exigentes y dispuestas a quejarse o adjudicar culpas para todo aquello que no funciona según, ya no sus necesidades, sino sus caprichos.

 

Este descubrimiento no es mío. He leído de alguna corriente de psicología y pedagogía que estudia el fenómeno y es mucho lo que hoy se puede encontrar sobre la “resiliencia”.

 

Puntualmente, conozco el planteamiento que al respecto tiene Miguel de Zubiria.  En mi opinión, el mejor pedagogo colombiano y uno de los diez mejores de América Latina. 

 

Tengo conmigo una de sus obras titulada: Psicología de la Felicidad, que justamente inicia retomando los estudios hechos empleando algunos ratones de laboratorio y otros del común dentro de un estanque, en donde comprobaron que los primeros desistieron fácilmente ante la posibilidad de nadar y cruzarlo; mientras que los comunes no se dieron por vencidos y aquellos que no lograron su propósito lo intentaron una y otra vez por horas.

 

No puedo más que vincular el aprendizaje que estoy recibiendo por parte de estos pequeños Dinkas, cuya realidad no dista mucho de la de otros lugares en África, con este planteamiento del autor que cito,  originado, justamente, ante la preocupación por las crecientes cifras de casos de suicidio y depresión entre los jóvenes.

 

La falta del sentido de la vida es uno de los graves problemas que afronta nuestra sociedad y que cada vez arrastra tras de sí a más juventud. Un mal que no se soluciona a base de consumir más o recurrir a tratamientos de belleza que permitan responder a las expectativas de los otros.

 

No es mi intención hacer una oda a la miseria, el principal propósito de mi misión aquí es aportarle un poco a la construcción de una vida digna para quienes considero mis hermanos.  Tampoco pretendo comparar para dar por seguro, que esto es mejor que aquello. Sólo deseo invitarlos a reflexionar conmigo, a la vez que continuo observando a mis niños, mientras le pido a Dios que no se repita la guerra que tanto los ha hecho sufrir y que conserve toda su fortaleza para que nunca dejen de luchar, de creer, y que aquellos a quienes también amo y recuerdo: estudiantes, familiares (especialmente mis sobrinos) e  hijos de mis amigos, encuentren apoyo en sus formadores para que logren desarrollar su fuerza interior, tras descubrir que es posible aprender de todas las vivencias, incluso las más dolorosas y difíciles. Que no es necesario buscar bienes fuera cuando se posee tanta riqueza y verdadera belleza por dentro y  que no darse por vencidos es una actitud que le aporta sentido a la vida, pues aquello que requiere esfuerzo desarrolla nuestro potencial y le confiere mayor valor a lo que se hace con un ingrediente del cual hoy menos que nunca podemos prescindir LA FE.

Luz Enith Galarza Melo

Religiosa Filipense

 



* Escrito en Dinka y al lado su pronunciación en Español.

 

Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 26 de Enero, 2009, 7:48, Categoría: Reflexiones creyentes
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