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Con dificultades, pero testigos

(Mt 10,17-22): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: «Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros. Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará».

 

La prudencia no está reñida con la valentía. Ser precavidos no es contrario al coraje de saber dar testimonio de la fe donde quiera que fuese. Ambas cosas deben ir unidas. Y en su momento, cuando llegue la ocasión y el miedo parezca vencernos, hemos de saber que no nos hemos de sentir solos porque no lo estaremos: no serán ustedes los que hablen, sino el espíritu de Dios el que hablará en ustedes. Aunque eso ocasione divisiones y enfrentamientos.

 

Es difícil entender eso que dice el Evangelio: enfrentamientos entre hermanos, entre hijos y padres. Es verdad que en todas las familias hay dificultades, enconamientos, problemas. Y cuando descubrimos una donde eso no se da nos produce lo que solemos llamar una “santa envidia” (dos términos algo contradictorios). Pero es una manera de situarnos ante la realidad de cada día, que ya de por sí es dura y difícil, y una forma de hacerlo también simbólica, expresando el desgarro interior que en ocasiones produce el aceptar ser discípulo del Maestro.

 

Son palabras mayores las del texto evangélico de hoy. No parecen coincidir con la paz y serenidad que nos da la Navidad. Pero van incluidas en el paquete que nos ofrece el Evangelio, y que hoy nos lo hace de la mano del conocido como primer mártir de la comunidad cristiana, cual fue Esteban, el diácono. Ha habido momentos en la historia de la fe comunitaria en que muchos y muchas han tenido que dar su vida, con derramamiento de sangre. Todavía hoy en algunos países se persigue por ser cristiano. Son pocos y contados, pero cuando se mezcla la guerra entre religiones sigue siendo un problema que nos ha de preocupar, a los de una comunión y a los de las otras. Pues todos andamos emparentados por el mismo Dios, que es Unico e igual para todos y todas. Son testigos de la fe, que nos sirven de ejemplo para nuestro sencillo testimonio de cada día.

 

 

Una vida de testimonio, que predica su FE con nitidez y verdad, critica lo injusto con valentía y obra en concordancia con sus palabras, está abocada al martirio. Es la trayectoria que siguió el mismo Jesús. No es necesario verse ante situaciones heroicas para ser un verdadero testigo, que eso es, como hemos comentado, lo que significa la palabra "mártir", sino vivir heroicamente los retos de cada día.  Olvidarse de sí y dar la vida, aunque sea en servicios humildes, a los ojos del mundo, como Esteban. El martirio cruento es hoy una excepción, pero todos estamos llamados, sin embargo, al martirio diario, que no consiste en derramar la sangre, sino en gastarse y desgastarse por los demás..

 

Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 26 de Diciembre, 2008, 8:52, Categoría: Comentarios al Evangelio
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