(Mt 21,23-27): En aquel tiempo, Jesús entró en el templo. Mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?». Jesús les respondió: «También yo os voy a preguntar una cosa; si me contestáis a ella, yo os diré a mi vez con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?». Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: ‘Del cielo’ , nos dirá: ‘Entonces, ¿por qué no le creísteis?’. Y si decimos: ‘De los hombres’, tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta». Respondieron, pues, a Jesús: «No sabemos». Y Él les replicó asimismo: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto».
Parece como si quisiera escaparse de la pregunta que le hacen y no hacerle frente. Responde con otra pregunta. Más bien obra con sabiduría, conociéndoles, utiliza sus mismas armas para hacerles afrontar la realidad de sus vidas. Terminan sin responderles con palabras, pero son sus hechos los que tienen ellos siempre delante, y que les irán respondiendo de su mensaje. Algo similar al cuento sobre el Adviento que colgamos a continuación. Hemos de ser con nuestra sabiduría espiritual de cada día a la hora de situarnos ante los problemas como esas pajitas que adornan el portal:
Cuento de Adviento
Hace tiempo que un viajero en una de sus vueltas por el mundo, llegó a una tierra, le llamó la atención la belleza de sus arroyos que cruzaban los campos, los sembrados. Habiendo caminado ya un rato, se encontró con la casas del pueblo, sencillas coloridas y con puertas abiertas de para en par. No podía creerlo... él venía de un lugar muy distinto...
Se fue acercando pero su sorpresa fue mayor cuando tres niños, hermanitos, salieron a recibirlo y lo invitaron a pasar. Los padres de los niños invitaron al viajero a quedarse con ellos unos días.
El viajero aprendió muchas cosas, por ejemplo a hornear el pan, trabajar la tierra. ordeñar las vacas, pero había una de la cual no podía descubrir el significado. Cada día, y algunos días en varias ocasiones, el papá la mamá y los hermanos se acercaban a una mesita donde habían colocado las figuras de María y José, un burrito marrón y una vaca.
Despacito dejaban una pajita entre María y José.
Con el correr de los días el colchoncito de pajitas iba aumentando y se hacía más mullido.
Cuando le llegó al viajero el momento de partir, la familia le entregó un pan calentito y frutas para el camino, lo abrazaron y lo despidieron. Ya se iba cuando dándose vuelta les dijo: -Una cosa quisiera llevarme de este hermoso momento.
Por supuesto le contestaron: -¿Qué más podemos darte para el camino?
Y el viajero entonces preguntó: - ¿Por qué iban dejando esas pajitas a los pies de María y José?
Ellos sonrieron y el niño más pequeño respondió:
Cada vez que hacemos algo con amor, buscamos una pajita y la llevamos al pesebre. Y así vamos preparando para que cuando llegue el niño Jesús, María tenga un lugar para recostarlo. Si amamos poco, el colchón va a ser un colchón delgado y por lo mismo frío. Pero si amamos mucho, Jesús va a estar más cómodo y calentito.
El viajero parecía comprenderlo todo. Sintió ganas de quedarse con esa familia hasta la Nochebuena, pero una voz adentro suyo lo invitó a llevar por otros pueblos lo que había conocido, tanto de nuevas labores como de los corazones sencillos, tan llenos de amor, como los de esa familia…
Desconozco su autor
(Es un cuento recibido de Nancy Fontinovo y de Rita)
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