(Mt 17,10-13): Bajando Jesús del monte con ellos, sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?». Respondió Él: «Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos». Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista
No reconocieron al hombre enviado por Dios, ni reconocemos los mensajes que El nos ha enviado y sigue enviando, y por eso en ocasiones hacemos lo que queremos y no lo que debemos, olvidándonos de aquello que interiormente nos hace y sigue haciéndonos felices. Ha habido quienes en la historia nos han seguido recordando, intentando adaptarlo a los tiempos, modos y maneras de vivir, el mensaje fundamental que hace que hoy igual algunos no nos reconozcan. Un mensaje central tal como las Bienaventuranzas, que siempre debemos recordar y tener presente, máxime en un tiempo como este en que nos preparamos para la Navidad. Hagámoslo hoy al estilo que nos enseñó Sto Tomás Moro:
Felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse.
Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrita, porque evitarán muchos inconvenientes.
Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas porque llegarán a ser sabios.
Felices los que saben escuchar y callar, porque aprenderán cosas nuevas.
Felices los que son suficientemente inteligentes, como para no tomarse en serio, porque serán apreciados por quienes los rodean.
Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables, porque serán distribuidores de alegría.
Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas y tranquilidad las cosas grandes, porque irán lejos en la vida.
Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio, porque su camino será pleno de sol.
Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque no se turbarán por lo imprevisible.
Felices ustedes si saben callar y ójala sonreir cuando se les quita la palabra, se los contradice o cuando les pisan los pies, porque el Evangelio comienza a penetrar en su corazón.
Felices ustedes si son capaces de interpretar siempre con benevolencia las actitudes de los demás aún cuando las apariencias sean contrarias. Pasarán por ingenuos: es el precio de la caridad.
Felices sobre todo, ustedes, si saben reconocer al Señor en todos los que encuentran entonces habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría.
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