(Mt 11,28-30): En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera
Todos recordamos la escena que hemos visto infinidad de veces en la red del niño que parece ir solo viajando en el avión, y cuando éste pasa por zonas turbulentas y se agita moviéndose más de la cuenta, su compañero de viaje le invita a tranquilizarse, a pensar en otra cosa. El niño, imperturbable, seguía con su juego en sus manos, y le dijo que no se preocupara, que no tenía miedo alguno, pues el piloto del avión era su padre. Algo así nos viene a decir Jesús en el trozo evangélico de hoy. El nos dará descanso y siempre está ahí pilotando nuestra nave para que nuestros yugos, cargas y fardos no pesen más allá de lo que nosotros podamos sobrellevar.
El Reino de Dios en su construcción constante tiene sus resistencias y dificultades, la espera –eso es el Adviento, no solo un momento, sino toda la vida- se nos hace larga en ocasiones, y por eso la llamada de hoy a la confianza total y completa.
Sabemos que la puerta es estrecha, que hay cruces en el camino, negaciones de si mismo en otros momentos. Pero se nos insiste en que estas cosas son ligeras y suaves. Porque tenemos su amor, y tenemos también el amor y la calidad que ponemos en nuestra tarea.
Pasa en todo, entre otras cosas en el cumplimiento y puesta en práctica de los derechos humanos, cuya promulgación hace hoy sesenta años que fue hecha. No ha sido ni está siendo un camino de rosas, pero podemos entenderlos también como la traducción en lenguaje de nuestro siglo del proyecto del Reino de Dios. Entre mas se desarrollan y se cumplen, más se realiza el proyecto de vivir siendo iguales y comportarnos como hermanos, que es el espíritu que está detrás de los derechos y libertades fundamentales que nos gloriamos de tener como norma básica de convivencia entre las sociedades y pueblos. Y no podemos separarlos, ni ponerlos aparte de nuestra condición creyente. Intolerancias, fanatismos, exclusivismos, radicalismos, imposiciones normativas son algo contrario al espíritu del Evangelio y también al espíritu de los derechos y libertades fundamentales.
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