(Mt 18,12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños».
El Evangelio de hoy nos habla del amor y de la misericordia de Dios. Cuando hablamos y pensamos en el amor de Dios, nos traiciona el modelo que tenemos del amor humano. Dios no nos ama porque somos buenos, sino que somos buenos porque Dios nos ama.
Cuando alguien es desleal con su amigo se suele decir: le ha fallado tantas veces, que es natural que ahora recele de él. Pero no es éste el caso de Jesús. El siempre empieza de nuevo, como si no hubiera pasado nada. En la parábola de hoy, busca a la oveja, la encuentra, la coge, y la lleva con las demás, sin más, aunque el Evangelio dice que "se alegró".
La experiencia de la misericordia, la tenemos. La hemos saboreado en nuestras huidas, más ó menos serias, en nuestras cobardías, en nuestra falta de entusiasmo, mediocridades, en nuestras vidas mil veces. En todas ha salido al paso El y hemos sentido esa acogida amorosa, que es su misericordia.
Pero esa vivencia nos tiene que llevar a ser nosotros misericordiosos. Porque después de ser ovejas acogidas y perdonadas, hemos de ser también pastores. Se cuenta en la vida de Francisco de Asís, que uno de sus discípulos le pregunta que es evangelizar, y que el santo le contestó: "Evangelizar a un hombre es decirle "tú también eres amado de Dios".No sólo decírselo, sino pensarlo realmente. Y no sólo pensarlo, sino portarse con ese hombre de tal modo que el sienta y descubra que hay en sí mismo una riqueza que no conocía. Eso es anunciarle la Buena Nueva y no se puede hacer sin ofrecerle nuestra amistad". No hay que soñar con otras cosas, sólo hay que ofrecer nuestro corazón y amar.
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