6 de Diciembre, 2008
Confesar nuestros pecados
(Mc 1,1-8): Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Conforme está escrito en Isaías el profeta: «Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas».
Apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
Juan llevaba un vestido de piel de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo».
Confesar nuestros pecados
José Antonio Pagola
http://www.redescristianas.net/2008/12/05/domingo-7-de-diciembre-2%c2%ba-de-adviento-confesar-nuestros-pecadosjose-antonio-pagola/
«Comienza la Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios». Éste es el inicio solemne y gozoso del evangelio de Marcos. Pero, a continuación, de manera abrupta y sin advertencia alguna, comienza a hablar de la urgente conversión que necesita vivir todo el pueblo para acoger a su Mesías y Señor. En el desierto aparece un profeta diferente.
Viene a «preparar el camino del Señor». Éste es su gran servicio a Jesús. Su llamada no se dirige sólo a la conciencia individual de cada uno. Lo que busca Juan va más allá de la conversión moral de cada persona. Se trata de «preparar el camino del Señor», un camino concreto y bien definido, el camino que va a seguir Jesús defraudando las expectativas convencionales de muchos. La reacción del pueblo es conmovedora.
Según el evangelista, dejan Judea y Jerusalén y marchan al «desierto» para escuchar la voz que los llama. El desierto les recuerda su antigua fidelidad a Dios, su amigo y aliado, pero, sobre todo, es el mejor lugar para escuchar la llamada a la conversión. Allí el pueblo toma conciencia de la situación en que viven; experimentan la necesidad de cambiar; reconocen sus pecados sin echarse las culpas unos a otros; sienten necesidad de salvación. Según Marcos, «confesaban sus pecados» y Juan «los bautizaba».
La conversión que necesita nuestro modo de vivir el cristianismo no se puede improvisar. Requiere un tiempo largo de recogimiento y trabajo interior. Pasarán años hasta que hagamos más verdad en la Iglesia y reconozcamos la conversión que necesitamos para acoger más fielmente a Jesucristo en el centro de nuestro cristianismo.
Ésta puede ser hoy nuestra tentación. No ir al «desierto». Eludir la necesidad de conversión. No escuchar ninguna voz que nos invite a cambiar. Distraernos con cualquier cosa, para olvidar nuestros miedos y disimular nuestra falta de coraje para acoger la verdad de Jesucristo. La imagen del pueblo judío «confesando sus pecados» es admirable. ¿No necesitamos los cristianos de hoy hacer un examen de conciencia colectivo, a todos los niveles, para reconocer nuestros errores y pecados? Sin este reconocimiento, ¿es posible «preparar el camino del Señor»?
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Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 6 de Diciembre, 2008, 22:18, Categoría: Comentarios al Evangelio
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Amar la vida
(Mt 9,35—10,1.6-8): En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies».
Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «Dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis».
Necesita de gente que continúe su tarea, por eso se queja de que hay pocos trabajadores y nos pide que vayamos por todas partes anunciando el Reino. Nos pide que demos compañía al que vive solo, que mostremos el camino a los que no saben hacia dónde van, que escuchemos al que está triste, que nos acerquemos a los que otros desprecien, que ayudemos a otros y cosas similares, porque cosas así son las que anuncian y hacen presente el Reino en nuestro mundo. No es preciso ir con la Biblia en la mano, sí con el Evangelio en el corazón y traducido en obras. Es Tertuliano quien nos recuerda que “el cristiano que no es apóstol, es apóstata”.
En esta época de crisis esta tarea es más urgente, pues como nos recuerda L. Boff: “El problema no es la Tierra. Ella puede continuar sin nosotros y continuará. La magna quaesto, la cuestión más grande, es el ser humano voraz e irresponsable que ama más a la muerte que la vida, más el lucro que la cooperación, más su bienestar individual que el bien general de toda la comunidad de vida.” Hacer presente el reino de la vida, frente al consumismo, la injusticia, la guerra, con nuestras denuncias, acciones y palabras es anunciar el Reino en la tierra. Y es tarea digamos de obligado cumplimiento, entendiendo por ello de generoso corazón, pues “gratis lo recibimos, gratis hemos de darlo”.
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Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 6 de Diciembre, 2008, 10:30, Categoría: Comentarios al Evangelio
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