(Mt 8,5-11): En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Cafarnaún, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos». Dícele Jesús: «Yo iré a curarle». Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».
Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos».
Jesús al valorar la fe valora también la humildad, la confianza, la sencillez, incluso la no pertenencia al grupo clásico de siempre de aquel centurión. Por eso anuncia que vendrán muchos de otros lugares y confines a sentarse a su mesa, como anunciando lo que siempre ha sido una realidad en nuestra sociedad, la mezcla, el mestizaje, la interculturalidad, la sola existencia de una raza que es la humana, aunque en otros tiempos y hoy también muchos quieran discutir, combatir y negar. Todos llamados, nadie superior a otro, todos iguales. No solo a niveles personales, sino a niveles de colectivos. En este sentido todos los colectivos excluyentes quedan al margen de la conducta del Evangelio. Podrán profesar su adhesión a la Iglesia o la defensa de algunos temas o mensajes de la Iglesia, pero al olvidarse de lo esencial es como si estuvieran fuera de la misma. Y lo esencial es que Dios es Padre de todos, y consecuentemente todos somos hermanos. No hay nacionales e inmigrantes, europeos y sudamericanos, blancos y negros…, pues vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos.
Por otra parte hay que destacar que el centurión se acerca a Jesús para interesarse no por el mismo ni por alguien de su familia sino por su criado, que según la mentalidad de aquel momento pertenecía a una clase social inferior. ¿Según la mentalidad de aquel tiempo? Puede que también en la de estos tiempos. Interesarnos por los más desfavorecidos, por los que menos tienen ha sido siempre una exigencia de la fe cristiana. Un criterio de calidad para nosotros como personas particulares, y para la propia Iglesia, como colectivo, que habrá de cuidad estas cosas en sus declaraciones, documentos y tomas de postura ante la sociedad.
Sin menoscabo todo lo anterior, pues todo va unido, de que contrastemos el diálogo del centurión con Jesús con nuestros diálogos en la oración personal y comunitaria. No somos dignos, pero basta que Tu lo digas.
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