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Una casa de oración

Lc 19,45-48): En aquel tiempo, entrando Jesús en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: «Está escrito: ‘Mi Casa será Casa de oración’. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!». Enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y también los notables del pueblo buscaban matarle, pero no encontraban qué podrían hacer, porque todo el pueblo le oía pendiente de sus labios.

 

 

Utilizar la fe, la relación personal con Dios, la religión, sea cual fuere, para intereses personales, bien sea ideológicos o crematísticos es algo detestable. Y Jesús lo deja hoy bien claro: Mi casa será casa de oración, y no una cueva de bandidos. Con frecuencia tanto colectiva como personalmente hemos mezclado cosas en nuestra historia de creyentes como personas y como pueblo que no deberíamos haber mezclado, llegando incluso, como sabemos, a la provocación de guerras por la religión profesada o a condenas y ajusticiamientos de personas que no pensaban como nosotros. Todo ello es condenable, y lo sigue siendo. Porque la tentación siempre está presente. No somos los poseedores de la verdad absoluta para condenar a otros en virtud de nuestras creencias. Por eso era admirado Jesús, y lo sigue siendo incluso en aquellos que no creen en su divinidad: por su amor a la libertad tanto personal, la verdad le hacía libre, como a la libertad de los demás, a nadie obligaba y nos invitaba a no condenar.

 

En aquellos días aprovechaban el sacrificio de animales, como ritual religioso, para hacer negocios. En estos días aprovechamos también devociones privadas o populares para compra- ventas. Jesús trae otro estilo: una casa de oración, es decir de relaciones personales no solo entre las personas y Dios sino de los seres humanos entre sí. Y relaciones fundamentadas, como irá aclarando poco a poco, en la fraternidad y no en la maledicencia. Y estas cosas encantaba a la gente, pues todo el pueblo le oía pendiente de sus labios.

 

Una casa de oración donde Dios, el ser humano y el mundo se mezclan, pues orar es también eso: entrar en la dinámica de una relación interpersonal, y en el caso que nos ocupa nunca puede ser solo unilateral entre la persona y Dios, pues nos ha advertido de múltiples modos que esa relación es un triángulo, como una especie de trinidad, donde entran los demás, es decir el mundo, la sociedad, con todos sus gozos y esperanzas, también con todos sus problemas y sufrimientos.

 

Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 21 de Noviembre, 2008, 7:59, Categoría: Comentarios al Evangelio
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