(Lc 17,7-10): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: ‘Pasa al momento y ponte a la mesa?’. ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?’. ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer’».
Hacer lo que tenemos que hacer en cada momento es nuestro deber y nuestro trabajo. No tiene premio ni recompensa. Hemos hecho lo que debíamos hacer. Es como el “de nada” que respondemos a quien nos da las gracias por cualquier acción que hayamos realizado en su favor.
Y así de boca en boca, de ejemplo en ejemplo, de testimonio en testimonio nos ha llegado el Mensaje del Reino y así seguirá llegando a mucha más gente. Como la abuela que cuenta al nieto o que reza junto al mismo. Va sembrando, y algo queda que irá creciendo con el tiempo o que la memoria en un momento concreto refrescará. Han hecho simplemente lo que debían hacer, lo que les salía del corazón.
Hasta en las obras de arte o en las visitas a un museo. ¡Cuántas veces nos hemos quedado pensando, ha llegado a nosotros un pensamiento positivo, hemos interiorizado algo, viendo una estatua concreta, un cuadro, una pintura que ha despertado en nosotros los sentimientos más nobles, incluso espirituales y de recuerdos evangélicos¡
Habrá que seguir en esa misma batalla, librando el mismo combate, conservando la fe que nos motiva para que otros también sigan el camino emprendido. Lo recibido de otros es como una herencia que obliga a seguirlo transmitiendo. No se trata de realizar acciones extraordinarias. Simplemente ser útiles a los demás en nuestro quehacer de cada día. Con humildad y sencillez: solo hemos hecho lo que teníamos que hacer.
|