(Lc 14,12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo también a aquel hombre principal de los fariseos que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos».
Normalmente cuando nos sentamos a comer con gente fuera de casa o invitamos a alguien a la nuestra suelen ser amigos, de hecho comer juntos es señal de amistad. Hoy Jesús nos llama a reforzar esos vínculos de amistad y cordialidad, con todo lo que ello comporta, con los más necesitados, con aquellos que no tienen nada material que darnos. Se trata, pues, de una llamada a la generosidad, de saber dar sin esperar nada a cambio.
No es nada fácil ello. A veces suele serlo en el momento que lo hacemos, cuando realizamos el hecho y la acción de nuestra preocupación por los demás. Pero no años más tarde, cuando en algún momento somos nosotros quienes pudiéramos necesitar de ese vínculo de amistad, y nos sentimos tentados a la correspondencia de aquellos por quienes en su momento hicimos algo positivo.
Se trata, pues, de abrir las puertas de nuestro corazón, eso puede ser el hecho de sentar a nuestra mesa, a aquellos que más lo necesitan y no van a poder devolvernos el favor ni hoy ni en el futuro. Repartir el pan de la amistad y el vino de nuestro amor.
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