25 de Octubre, 2008
Pasión por Dios, compasión por el ser humano
(Mt 22,34-40): En aquel tiempo, cuando oyeron los fariseos que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?». Él le dijo: ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente’. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas».
Pasión por Dios, compasión por el ser humano
José Antonio Pagola
http://www.redescristianas.net/2008/10/23/domingo-26-de-octubre-30-del-tiempo-ordinario-pasion-por-dios-compasion-por-el-ser-humanojose-antonio-pagola/#more-13103
Cuando olvidan lo esencial, fácilmente se adentran las religiones por caminos de mediocridad piadosa o de casuística moral, que no sólo incapacitan para una relación sana con Dios, sino que pueden desfigurar y destruir gravemente a las personas. Ninguna religión escapa a este riesgo. La escena que se narra en los evangelios tiene como trasfondo una atmósfera religiosa en que maestros religiosos y letrados clasifican cientos de mandatos de la Ley divina en «fáciles» y «difíciles», «graves» y «leves», «pequeños» y «grandes». Imposible moverse con un corazón sano en esta red.
La pregunta que plantean a Jesús busca recuperar lo esencial, descubrir el «espíritu perdido»: ¿cuál es el mandato principal?, ¿qué es lo esencial?, ¿dónde está el núcleo de todo? La respuesta de Jesús, como la de Hillel y otros maestros judíos, recoge la fe básica de Israel: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser».
Que nadie piense que se está hablando aquí de emociones o sentimientos hacia un Ser Imaginario, ni de invitaciones a rezos y devociones. «Amar a Dios con todo el corazón» es reconocer humildemente el Misterio último de la vida; orientar confiadamente la existencia de acuerdo con su voluntad: amar a Dios como fuerza creadora y salvadora, que es buena y nos quiere bien.
Todo esto marca decisivamente la vida pues significa alabar la existencia desde su raíz; tomar parte en la vida con gratitud; optar siempre por lo bueno y lo bello; vivir con corazón de carne y no de piedra; resistirnos a todo lo que traiciona la voluntad de Dios negando la vida y la dignidad de sus hijos e hijas.
Por eso el amor a Dios es inseparable del amor del amor a los hermanos. Así lo recuerda Jesús: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No es posible el amor real a Dios sin descubrir el sufrimiento de sus hijos e hijas. ¿Qué religión sería aquella en la que el hambre de los desnutridos o el exceso de los satisfechos no planteara pregunta ni inquietud alguna a los creyentes? No están descaminados quienes resumen la religión de Jesús como «pasión por Dios y compasión por la humanidad».
Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
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Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 25 de Octubre, 2008, 21:06, Categoría: Comentarios al Evangelio
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Dando fruto
(Lc 13,1-9): En aquel tiempo, llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo».
Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?’. Pero él le respondió: ‘Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas’».
Siempre que vivimos problemas o situaciones difíciles solemos mirar para otro lado y echar la culpa a otros. Así nace entre otras cosas problemas como el racismo. No nos damos cuenta que todos somos parte del problema, de la vida. Y que por tanto la vida no se divide entre el bloque de los buenos y el de los malos. Todos somos sanos y enfermos, todos, pues, necesitamos convertirnos, cambiar de estilo y de vida. Todos necesitamos revisarnos en todos los aspectos de la vida. Por eso lo de hoy en el Evangelio. Por eso lo de otras veces, cuando nos recuerda que no juzguemos si no queremos ser juzgados. Pues cuando no somos coherentes en nuestra acción con nuestros motivos vitales estamos viviendo una falsedad. De alguna forma estamos viviendo una situación de falsedad, máxime si juzgamos, y en el colmo condenamos, a terceras personas.
El, sin embargo, tiene paciencia con nosotros. Busca sus frutos en nosotros, pues estamos llamados a ello, pero sabe esperar y concedernos nuevas oportunidades. Que la enseñanza de Jesús ayude, pues, a modificar nuestras conductas para que, como nos dice El mismo, alumbre así nuestra luz en el mundo y los demás viendo nuestras buenas obras glorifiquen al Padre que está en los cielos
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Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 25 de Octubre, 2008, 9:53, Categoría: Comentarios al Evangelio
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