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20 de Octubre, 2008


Nuestra riqueza interior

(Lc 12,13-21):   En aquel tiempo, uno de la gente le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo». Él le respondió: «¡Hombre! ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes».

Les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ‘¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?’. Y dijo: ‘Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea’. Pero Dios le dijo: ‘¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?’. Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios».

 

Cuanto más tienes, mas quieres. Cuanto más ganas, mas gastas. Son expresiones que suelen usarse en la vida diaria y que responden a un sentimiento o actitud de ambición, de codicia que hoy el Evangelio critica. Máxime en estos tiempos que corremos, donde la crisis campea a sus anchas y las previsiones no son buenas, como para recordarnos que si bien hemos de preocuparnos por el comer y el vestir hemos de hacerlo con normalidad y con serenidad, pues en la vida no todo se reduce a ello, ya que, se nos recuerda, que la vida de uno no está asegurada por sus bienes. Y se nos pone un ejemplo concreto de cómo hemos de combinar ambas cosas, pues no siempre nuestra riqueza interior va pareja con la exterior.

 

Quizá estas reflexiones que al parecer se le atribuyen a Aristóteles nos puedan ayudar a concretar mejor la síntesis o equilibrio interior en nuestras vidas:

 

 

Nadie es dueño de tu felicidad por eso
no entregues tu alegría, tu paz, tu vida
en las manos de nadie, absolutamente a nadie.
Somos libres, no pertenecemos a nadie,
y no podemos querer ser dueños de
los deseos, de la voluntad o de los sueños
de quien quiera que sea.

La razón de tu vida eres tu mismo.
Tu paz interior es tu meta en la vida.
Cuando sientas un vacío en el alma,
cuando acredites que aún te está faltando algo,
aún teniéndolo todo, guarda tus pensamientos
para tus deseos más íntimos
y busca la divinidad que existe en ti!

No coloques el objetivo demasiado lejos
de tus manos,
abraza a los que están a tu alcance hoy.
Si andas preocupado por problemas financieros,
amorosos, o de relaciones familiares
busca en tu interior la respuesta para calmarte,
tu eres el reflejo de lo que piensas diariamente.

Deja de pensar mal de ti mismo y
se tu mejor amigo siempre!
Sonreír significa aprobar, aceptar o facilitar.
Entonces habrá una sonrisa para aprobar
el mundo que quiere ofrecerte lo mejor!
Con una sonrisa en el rostro las personas
tendrán las mejores impresiones de ti,
y tu estarás afirmando para ti mismo
que estás “próximo” para ser feliz.

Trabaja, trabaja mucho a tu favor.
Deja de esperar la felicidad sin esfuerzos.
Deja de exigir de las personas aquello
que ni para ti has conseguido aun.
Criticar menos, trabajar mas.
Y, no te olvides nunca de agradecer.
Agradece todo lo que está en tu vida,
en cada momento, inclusive el dolor.

Nuestra comprensión del universo
aún es muy pequeña para juzgar
lo que quiere que sea nuestra vida.
La grandeza no consiste en recibir honores,
más en merecerlos!.

Escrito en el año 360 A.C.

ARISTÒTELES.

 

Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 20 de Octubre, 2008, 8:28, Categoría: Comentarios al Evangelio
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