(Lc 10,25-37): En aquel tiempo, se levantó un maestro de la Ley, y dijo para poner a prueba a Jesús: «Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?». Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás».
Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?». Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: ‘Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva’. ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo».
Vete y haz lo mismo. Es decir, practica la misericordia con tu próximo. Todo el mensaje evangélico, probablemente el de todas las religiones habidas, se reduce a estas dos cosas: amar a Dios y al prójimo. Y lo primero se demuestra fundamentalmente con lo segundo, o no se puede hacer totalmente si no se practica la misericordia y el amor a los demás.
La cuestión está en plantearnos quienes son los samaritanos de hoy. Y nos hemos acordado de un reciente comentario sobre el tema publicado en Vida Nueva a finales del mes de agosto de este año, comentario que no nos resignamos a hacer constar porque es un homenaje a un amplio colectivo de personas que trabajaron activamente ante una de las desgracias más sonadas en este verano. El texto dice así:
Samaritanos en Barajas
Publicado el 29.08.2008
(Juan Rubio- Director de Vida Nueva)
Corrieron como gacelas por los campos de Barajas olvidándose de sí mismos y lanzándose a la incertidumbre, sin saber qué iban a encontrar, qué iban a curar, qué iban a salvar. Dejaron lo que traían entre manos aquel mediodía de verano y se lanzaron a la incertidumbre exponiendo sus propias vidas. Les llamaba la sangre. La película que se veía desde los ventanales de la T-4 de Barajas intuía el horror. Aquella tarde del 20 de agosto fueron muchos los que se lanzaron para salvar vidas en medio del dantesco espectáculo que se abría a sus ojos cuando el espeso humo se disipaba, los rastrojos de hierbas secas iban mostrando el panorama de carne churrascada y por entre los amasijos se escuchaban lamentos enfebrecidos de voces moribundas. Aquello era un inmenso crematorio. Cada vida que salvaban era un universo que nacía de nuevo, aunque la muerte rondara en derredor. Se conformaban con sacar un hilo de vida. La angustia se les metía en la garganta creyendo que la labor fue baldía, que todo el esfuerzo había sido en vano. Médicos, enfermeros, bomberos, sacerdotes, policía y gentes de Cruz Roja o Protección Civil y muchos más personajes anónimos. Nuevos samaritanos de hoy en las encrucijadas del dolor. Merecen un homenaje por curar las heridas y echar una manta de solidaridad sobre los cadáveres. A cambio, noches de insomnio, imágenes en la retina que tardarán en olvidar y un sentimiento de impotencia atroz. Desde la televisión el mundo adivinaba su coraje. Una madre ejemplifica la tragedia de dolor y solidaridad. Vuelve a dar a luz a su hijo, lo salva, aunque ella muera. El ser humano no deja de sorprendernos.
Publicado en el nº 2.625 de Vida Nueva (Del 30 de agosto al 5 de septiembre de 2008).
Hay otros muchos samaritanos a nuestro lado, posiblemente nosotros mismos. El texto es solo un ejemplo que intenta la actualización del Evangelio de hoy. Nos toca a nosotros actualizarlo en nuestras vidas.
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