
(Lc 6,1-5): Sucedió que Jesús cruzaba en sábado por unos sembrados; sus discípulos arrancaban y comían espigas desgranándolas con las manos. Algunos de los fariseos dijeron: «¿Por qué hacéis lo que no es lícito en sábado?». Y Jesús les respondió: «¿Ni siquiera habéis leído lo que hizo David, cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios, y tomando los panes de la presencia, que no es lícito comer sino sólo a los sacerdotes, comió él y dio a los que le acompañaban?». Y les dijo: «El Hijo del hombre es señor del sábado».
Decir estas palabras en aquel tiempo, y puede que también en este que vivimos, en la sociedad de Israel donde guardar el sábado de cualquier esfuerzo humano era y es como un dogma de fe, es transgredir de alguna manera todas las normas vigentes. Pero al tiempo encierra una de las enseñanzas más fundamentales del Evangelio para todos los seres humanos, cual es la de que las leyes, y consiguientemente normas, símbolos, ritos, instituciones, organizaciones y cualquier cosa que hagamos los humanos está al servicio de las personas y no al revés.
El sábado, un día para descansar y dar culto a Dios, se había convertido en una divinidad más.
Se entiende, pues, que San Pablo llame a Cristo liberador, porque lo liberó de la esclavitud de la ley. No es la ley para las personas, sino las personas para la ley. Y hoy lo deja claro cuando los fariseos se escandalizan porque los discípulos arrancan unas espigas mientras van caminando y se comen el grano. Lo que a El le importa es el bien de las personas. Y es que la fe cristiana lleva en si misma un germen de rebeldía, dado que el bien del ser humano viene a relativizar todas las demás realidades como la ética, la moral, el culto, la política y un largo etcétera. Lo único sagrado en la tierra es el propio ser humano. Es, pues, una llamada a, sintiéndonos libres, ser valientes y seguir respondiendo al mensaje central del Evangelio.
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