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Señor, enséñame a estar en tu presencia

(Lc 4,38-44):  En aquel tiempo, saliendo de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo Él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo.

Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde Él, trataban de retenerle para que no les dejara. Pero Él les dijo: «También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado». E iba predicando por las sinagogas de Judea.

 

 

Y le reconocían como lo que es, como el Hijo de Dios. Desde este reconocimiento le rogamos nos enseñe a estar en su presencia:

 

Señor enséñame a estar en tu presencia

 

Señor enséñame a entrar y permanecer en tu presencia, encontrarte a cada instante, en cada necesidad de mi existencia. Buscarte en los confines de mi soledad interior y centrarme en tu grandeza que rodea mi pequeñez.

 

Quiero cerrar los ojos y mirar tu cielo inmenso que me rodea pero que al mismo tiempo está dentro de mi. Quiero aprender a levantar mis manos imaginarias para alcanzarte mientras mis rodillas se doblan ante tu paz.

 

Aprender a buscarte de todo corazón, en mis circunstancias, en mi actividad y en mi descanso. Sobre todo en la necesidad imprevista que trae, como tormenta de angustias, mis luchas internas.

 

Te invocaré, clamaré, pediré, llamaré, haré todo lo que me dices cuando mi enemigo desconocido me alcance y te buscaré en este lugar donde no hay nada externo que me perturbe para poder escuchar tu voz. Se que te encontraré en el fondo de mi corazón y allí estará también tu respuesta...

 

Vendré al encuentro de protección, de tu sabiduría, de tu consuelo, de tu dirección, de tu paz: al encuentro de mi libertad, tu luz me rodeará. Tu me hablarás y yo te escucharé, pero rendido en tu presencia sintiendo como se acallan los coros de voces de angustia. Yo te hablaré y tu me escucharás, y me responderás. Reconoceré que solo dependo de ti y vendré a rogarte. Se que te encontraré cara a cara, cuando te busque de todo corazón. Enséñame a retener en obediencia tu compañerismo permanente. Enséñame a confiar, a hacerte la voz que dirige mis emociones y mis sentimientos. Quiero encontrarte en todo tiempo. He de llegar con un corazón humillado y encontrarte en oración y adoración.

 

Tus oraciones deben ser también, de acción de gracias. Deben recalcar el carácter de Dios: de poder, de fidelidad, de sabiduría. Después de clamar y traer todas las necesidades en oración y adoración, debes asumir que El va a responder conforme a su voluntad y en el tiempo propicio.

 

 Por tanto actúa en fe y da pasos creyéndole a Dios. No recalques tus peticiones o debilidades en oraciones posteriores porque sin saberlo te estarás predisponiendo mentalmente a lo negativo para que no llegue la bendición. Gracias por haberme liberado de la depresión porque eres mi libertador, por ejemplo, es una forma de orar y desatar la victoria a tu vida. Medita en la palabra de Dios cuando estés solo y en silencio...

 

Y no olvides que la oración es una conversación intima con nuestro Señor, Mateo 6:6 nos dice:

"Cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará."

 

Les dejo con estas reflexiones. Pensando en nuestra oración:

 

¿Cómo nos dirigimos a Dios?

¿Confiamos en Él como nos muestra Jesús?

¿Rezamos solamente por nuestras necesidades, o ante problemas?

¿Acudimos a Dios cuando debemos tomar decisiones?

¿Buscamos un momento y un lugar para rezar en nuestra vida diaria?

¿Fundamentamos nuestra oración en la Palabra de Dios? ¿Rezamos con los Salmos?

En la vida de Jesús la oración es el encuentro con el Padre y con su voluntad. A través de ella Jesús toma fuerzas para llevar adelante su misión y ser fiel a Dios.

Si queremos compartir el Reino y seguir a Jesús tenemos que aprender a orar como él, en la vida, para que la vida se haga oración, y la oración fuente de Vida nueva.

 

orar como él, en la vida, para que la vida se haga oración, y la oración fuente de Vida nueva.

 

…al tiempo que agradecemos al amigo Alvaro Mendis el envío de esta oración y pequeña reflexión

 

Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 3 de Septiembre, 2008, 13:37, Categoría: Comentarios al Evangelio
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