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1 de Septiembre, 2008


Para liberar a los cautivos

(Lc 4,16-30):   En aquel tiempo, Jesús se fue a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor».

Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír». Y todos daban testimonio de Él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?». Él les dijo: «Seguramente me vais a decir el refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria». Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio».

Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó.

                                                                                 

Hoy se cumple esta Escritura que acaban de escuchar. Su persona, su vida, su mensaje es la realización o quiere serlo de este anuncio del profeta. Es como el emblema y escudo de su reinado, como si fuera el santo y seña. Ha venido para eso, para traer la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. Nada de esclavitudes, cegueras, injusticias u opresiones. La gracia del Señor es la libertad y la igualdad, maneras de expresar y de concretar la fraternidad que no se cansa de anunciar en todas partes. Es como un programa de vida, que ojalá fuese el programa político y social de tantos y tantos grupos ideológicos que luchan y aspiran por el poder social en todos los países del mundo.

 

Parecen imposibles de realizarse. Así lo entendieron también desde el principio quienes le escucharon: ¿No es éste el hijo de José?, como si fuese incapaz de realizar lo que decía. Y pasaron de lo que decía. En el fondo intentaban traducir el mensaje divino a sus ambiciones humanas, intentando ajustar la palabra de Dios a sus deseos, como aquellos que en sus programas ideológicos hablan de un Dios que les inspira, utilizando así su mensaje.

 

Lo grandioso de este mensaje es que esta misión de Jesús es también la nuestra: ser liberadores de todas las situaciones de pobreza, ceguera, exclusión social que vayamos encontrando a nuestro paso, de todas las situaciones de adicción tanto a drogas, como al consumo o al egoísmo. Liberación para aportar una vida nueva con ilusión y dignidad.

 

Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 1 de Septiembre, 2008, 12:54, Categoría: Comentarios al Evangelio
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