(Mt 11,25-27): En aquel tiempo, Jesús dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Y entre los más pequeños y sencillos a quienes se les dio a conocer los misterios está una mujer, de una aldea de Israel, llamada María, de Nazaret en concreto, cuya fiesta, bajo la advocación del Carmelo, celebramos hoy. Una fiesta, la de la Virgen del Carmen, que se recuerda en cada esquina de nuestro planeta que da a un trozo de mar y donde hay pescadores y marineros que arriesgan su vida todos los días buscando el pan para sus hijos en medio de borrascas, olas y tormentas. Todos ellos la tienen como patrona. También ellos no entran en la categoría de sabios y cultos, sino en la de personas inteligentes cuya inteligencia les viene de la sencillez, de la honradez, del trabajo y del esfuerzo de cada día. Para ellos nuestro recuerdo desde el Evangelio de cada día. Para aquellos que en el océano buscan el pan de cada día para sus hijos. Para aquellos que desde la bravura del océano traen a los demás nuestro alimento de cada día en forma de pescado que nos nutre.
Pero también para todos los que trabajan en el mar desde cualquier campo, haciendo investigaciones o transportando las mercancías que de un lugar a otro sirven para el abastecimiento diario o para los que nos conducen por motivos de negocios o de turismo de un país a otro y que nos permite conocer nuevos horizontes.
El mar, con toda su historia y su horizonte abierto, es también hoy el lugar donde mueren miles de personas, no tanto por su trabajo, sino intentando atravesarlo en embarcaciones inconsistentes buscando en las otras orillas un trabajo que dé sustento a sus familias, sabiendo que pueden encontrar en esa travesía la muerte, pero arriesgándose a ello pues casi no pueden elegir entre la vida y la muerte, sino entre un tipo de muerte y otra forma de morir que puede cambiarse en vida con algo de suerte.
Que esa suerte, la de los pobres que no tienen nada y la buscan en otro sitio, y la de los sencillos pescadores, marineros y un largo etcétera que hacen del mar, del océano su hogar de cada día, sea hoy el contenido de nuestro comentario en el día de Ntra Sra del Carmen, su patrona. A Ella, la única María de Nazaret, sin títulos universitarios, le encomendamos a estos colectivos necesitados y a Ella acudimos para que nos revele cada día el misterio de hacernos y sabernos pequeños y sencillos de corazón.
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