(Mt 10,34-11,1): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».
Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.
¿Espada en lugar de paz? ¿Enfrentamientos entre hermanos? Parece una clara contradicción con el mensaje central evangélico que no es otro que el amor, la paz, la justicia, la fraternidad. Los párrafos siguientes que nos hablan de la lucha contra nosotros mismos, de las renuncias interiores que hemos de hacer a comodidades o caprichos nos indican el sentido de la espada y los enfrentamientos. Es la guerra al hombre viejo y al mundo viejo. Es la lucha contra el mal en nosotros, en los demás y el mal organizado que también existe en nuestra sociedad. Es una lucha activa, intentando poner bien donde no lo hay, por eso “el que dé de beber tan solo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños recibirá su recompensa”. Está hablando Jesús de una acción positiva, no solo de buenas intenciones.
Los jefes de las naciones y los poderosos de este mundo se reúnen y declaran buenas intenciones. Los hemos visto hace poco en Japón todos juntos. Y esta vez ni buenas intenciones. El mundo seguirá con hambre, el cambio climático se irá acelerando porque no se emprenden acciones positivas como las que dinamiza el Evangelio. Que no nos mencionen a Dios en sus discursos. Hacen justo todo lo contrario a las leyes divinas, a las propiamente naturales incluso: hacer el bien y evitar el mal.
Para todo ello el criterio, el sentido, la opción, el amor fundamental de nuestra vida ha de ser el seguimiento de la persona de Jesús, pues “el que ama a su padre o a su madre, a su cuenta corriente o a sus comodidades, más que a Mí, no es digno de Mí”.
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