(Mt 11,25-30): En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
»Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
Toma, Señor, en tus manos todas aquellas cosas que nos preocupan a todos y a cada uno de los seres humanos, sobre todo de los más pobres y sencillos. Tú que acoges a los fatigados y sobrecargados, toma en tus manos a los que mueren de hambre y sed, a los que están enfermos sin posibilidades de curación, a los que no tienen trabajo y pasan penalidades para comer, a los que el peso de la edad los ha ido desgastando, a los que están en hospitales, sanatorios o / y residencias de ancianos, a los que no tienen la posibilidad de ser ingresados en esos lugares. A los que trabajan más de las horas normales y a los que no tienen posibilidad de acceder un trabajo para asegurarse una vida digna. A los sanos y llenos de problemas financieros, a los que trabajan y gastan más de lo que ingresan, a los que viven externamente bien a costa de otros que viven mal. Toma en tus manos, Señor, a todos y cada uno de nosotros. A la gente normal y corriente de nuestras familias y paises, que comemos y trabajamos, que tenemos salud o padecemos de cualquier cosa, a los que viven animados y a los que están tristes, a los padres y a los hijos, a los que acaban de morir y a los que recién están llegando a este mundo. Toma, Señor a todos en tus manos y danos el descanso que nos ofreces, sabiendo que siempre tendremos que poner algo de nuestra parte, pero sin gran preocupación por nosotros mismos, pues tu yugo es suave y tu carga ligera. En ningún sitio estaremos mejor que ahí, en las manos donde cabemos todos y que siempre busca nuestro bien, el de todos y el de cada uno en particular con nuestros nombres y apellidos.
Danos, Señor, la humildad y sencillez de sentirlo así de corazón. Haznos conscientes de que nadie como Tu está más capacitado para ser nuestro cirineo, llevando nuestra cruz y aligerando así su peso, puesto que vienes a nuestras vidas no para complicarlas ni para hacerlas más difíciles, sino para caminar a nuestro lado y aliviar el peso. Tómalo todo, Señor, pues tu puedes con todo ello y nosotros todo lo podremos en Ti que nos confortas.
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