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20 de Mayo, 2008


Como a los niños

(Mc 9,30-37):   En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos iban caminando por Galilea, pero Él no quería que se supiera. Iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará». Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle.

Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».

La infancia, espontaneidad, sencillez, juego, risa, desprotección, necesitado de los demás, decir lo que se siente y piensa, hacer lo que se ve es el modelo que Jesús nos pone como ejemplo de aceptación de su persona. Tener y vivir esas actitudes. También es el que no cuenta, al que no se le pide opiniones, el último de la fila, el que termina haciendo lo que le dicen, expresión todo ello del que no tiene apetencias en figurar, aunque en momentos guste de llamar la atención.

 

Los discípulos, al contrario, al igual que muchas veces nosotros, buscamos la forma de aparentar, de ser los primeros, de ser el más grande. Estaban, estamos en otra onda. Dos mentalidades diferentes: una, la ambición y el triunfo, otra, la entrega y el servicio.

 

No está en contra de tener buenos puestos, de subir en la posición social, de tener mejor trabajo, de vivir en una casa digna, de disponer de más tiempo libre en nuestras vidas. No está en contra de los derechos naturales de las personas, así como de los cívico y sociales. Lo que no le gusta es que queramos disfrutarlos sirviéndonos y aprovechándonos de los otros. Hay que hacerlo como el que sirve, y con espíritu alegre y contento. Recibir a los demás como se recibe a un niño: sonriendo, alegrándonos, regalándole, siendo obsequioso, estando atento a sus movimientos. Como si fuéramos niños, como si recibiéramos a un niño.

 

Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 20 de Mayo, 2008, 10:59, Categoría: Comentarios al Evangelio
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