Mc 8,14-21): En aquel tiempo, los discípulos se habían olvidado de tomar panes, y no llevaban consigo en la barca más que un pan. Jesús les hacía esta advertencia: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes». Ellos hablaban entre sí que no tenían panes. Dándose cuenta, les dice: «¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis de cuando partí los cinco panes para los cinco mil? ¿Cuántos canastos llenos de trozos recogisteis?». «Doce», le dicen. «Y cuando partí los siete entre los cuatro mil, ¿cuántas espuertas llenas de trozos recogisteis?» Le dicen: «Siete». Y continuó: «¿Aún no entendéis?».
Con frecuencia aparecen escenas de este tipo en el Evangelio, en las cuales Jesús toma conciencia de que no está siendo comprendido su mensaje y sus actitudes. Por eso también la petición que en ocasiones brota del mismo Evangelio como sugerencia para el creyente: “Señor, que vea”, “creo, Señor, pero aumenta mi fe”. En el fondo estamos también reconociendo nosotros que nos cuesta trabajo entender el proyecto del Reino que Jesús nos muestra. Como si nos fuera más sencillo o menos complicado dejarnos llevar por otras levaduras que fermenten nuestra masa. Ojala el Espíritu, que es también el Defensor, nos defienda de verdad de esas otras visiones, valores que hay alrededor nuestro.
Tampoco entendemos cómo la humanidad no entiende de los horrores que ha vivido. Desde los campos de exterminio nazis a las limpiezas étnicas de la antigua Yugoslavia, desde las luchas fratricidas de los pueblos primitivos a las guerras organizadas y televisadas que recién vivimos. Y erre que erre seguimos en las mismas, sin entender que el ser humano es lo primero, que su defensa, de su vida, de su libertad, de su integridad, es lo que más ha de contar para cualquier cosa o situación. Por eso igual es bueno que el olvido y la impunidad no campen por sus anchas. De alguna forma lo plantea la propia Iglesia: no solo hay que reconocer los pecados, sino pedir perdón y cumplir una penitencia. Son condiciones necesarias para acceder al perdón. Algo similar debería ocurrir en la sociedad. Para que logremos entender que la verdad y la solidaridad son las que deben primar. Es absurdo, como nos recuerda el Evangelio, que no entendamos bien estas cosas, y, sin embargo, sigamos dejándonos ser amasados por las otras levaduras que nos han llevado a muchos horrores.
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