(Mc 8,11-13): En aquel tiempo, salieron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerle a prueba. Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: «¿Por qué esta generación pide una señal? Yo os aseguro: no se dará a esta generación ninguna señal». Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue a la orilla opuesta
Con una especie de portazo en la cara trata la sinrazón de aquellos que obstinadamente no reconocen las pruebas del día a día, las sencillas de la vida diaria y de la acción por los demás, sino que requieren milagros fastuosos. Como si no hubieran -¿hubiéramos?- aprendido a discernir los hechos y sentimientos del Maestro que siguen reproduciéndose en nuestro mundo. En el fondo estaban buscando algo que afianzara su poder. En el fondo seguimos buscando algo que afiance nuestra comodidad.
¿Seguimos buscando algo especial o espectacular? ¿Estamos detrás de un razonamiento especulativo o de una explicación científica? Y la única señal seguirá siendo de dentro afuera, la de un corazón nuevo y renovado, de donde salen buenos sentimientos y actitudes positivas que luego germinan en acciones. Para eso ha venido el Espíritu de Dios, para eso sigue viniendo todos los días: para darnos un rostro nuevo, mejor un corazón nuevo.
No podemos ser tan ciegos como para no ver las señales del paso de Dios por nuestra vida y la historia – eso es la Pascua, el paso de Dios-, el mismo hecho de estar aquí uno escribiendo, otros leyendo, todos pensando en como crecer por dentro, es la mejor señal del trabajo del Espíritu en nuestras vidas. Creer con sencillez esos pequeños milagros, ya es el milagro de nuestra época.
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