(Jn 20,19-23): Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Cincuenta días llevamos festejando la alegría de la Pascua y que no nos habíamos quedado solos. Para colmo de ese gozo hoy se nos da al Espíritu que nunca nos abandonará. También el primer día de la semana, también estando reunidos, aunque con miedo a los problemas y dificultades que la vida nos trae.

Casi mejor que hoy dediquemos la reflexión a suplicar, a pedir, a orar que venga el Espíritu de Dios, que siga viniendo. Ven, Espíritu divino, sobre mí, sobre cada uno de nosotros, sobre mi familia, a mis vecinos, a la comunidad que pertenezco, a mis compañeros de trabajo. Ven Espíritu de Dios a la Iglesia, a la sociedad, a este país, a mi ciudad, a las asociaciones que la forman. Ven también sobre nuestros gobernantes, sobre los que lo hacen bien y sobre los que todavía no han aprendido, sobre los que colaboran para hacer un mundo en paz y sobre los que fabrican guerras que nunca se acaban, sobre los que son serios y servidores de los demás y sobre los que son corruptos. Ven, Señor, envía tu Espíritu renueva la faz de la tierra.
Sigue soplando sobre nosotros y envíanos tu Espíritu para que nuestras vidas sean ejemplo de la tuya, para que cambie de raíz nuestros corazones, para que nuestras cobardías desaparezcan, para que colaboremos a renovar el mundo, para poder ser instrumentos en tus manos, para saber hacer el bien y no limitarnos a no hacer el mal, para luchar sin miedo por la justicia.
Envía tu Espíritu, Señor, y nuestro corazón será como el tuyo, amará a todos y contagiará amor; nuestros pies saldrán al paso de los que, como los de Emaús, caminan desilusionados y sin fe; nuestras manos ayudarán a levantarse y acompañaremos al enfermo y al que sufre la soledad, ayudando de una u otra forma al que padece la injusticia.
Ven Espíritu Divino, y deja que te lo supliquemos al igual que lo hace la liturgia del día:
Ven Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, Don, en tus dones espléndido. Luz que penetra las almas, fuente del mayor consuelo.
Ven, Dulce Huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, Divina Luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, si no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo. Lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén. Aleluya
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