Juan 17,20-26 es el texto evangélico del día de hoy en que Jesús sigue despidiéndose de sus discípulos con esa oración suya que tanta confianza nos inspira en la que dice: “Padre, te ruego no solo por ellos, sino por todos los que creerán en mí” y que nos vuelve a garantizar su apoyo y compañía permanente en nuestro quehacer diario.
Esta despedida de Jesús nos llega este año en el mes de Mayo, un mes tradicionalmente dedicado a María, la Madre de Jesús y nuestra, la primera creyente, como se le ha dicho, y que es uno de los más lindos elogios que de Ella se ha dicho. Ella supo también ser una con su hijo, y sabemos que está también con El contemplando la gloria del Padre, como nos dice la oración de Jesús en el texto de hoy.
A Ella nos dirigimos hoy en este espacio nuestro diario con esta sencilla y profunda oración que hemos recibido de nuestra amiga Ninfa Duarte y que compartimos para todos los que nos leen:
¡Oh María, templo de la Trinidad!
María, portadora del fuego divino,
Madre de la Misericordia,
de ti ha brotado el fruto de la vida, Jesús.
Tú eres la nueva planta de la cual hemos recibido
la flor olorosa del Verbo,
Unigénito Hijo de Dios,
pues en ti, como en tierra fructífera,
fue sembrado este Verbo…
¡Oh María, carro de fuego!
llevaste el fuego escondido y oculto
bajo la ceniza de tu humanidad.
Ella es la primera evangelizadora y misionera del Evangelio en la sociedad de todos los tiempos. Ella es el modelo y ejemplo a seguir. Son pocas las palabras que nos ha dejado pero eficientes, como aquella de “hagan lo que El les diga”. Y entre otras nos ha dejado también el ejemplo de una madre que, sin dejar de preocuparse de su hijo, le deja crecer con la autonomía que un hijo siempre debe tener al labrarse su destino, ayudándole pero dejándole decidir. El Salmo a la madre que transcribimos a continuación, también autoría de Ninfa Duarte, nos puede ayudar en esta reflexión mariana y homenaje a su persona en este mes de Mayo:
Salmo a la madre
Por llevarme en su seno con tanto amor y después del parto quererme aún más, porque mi primera visión fue su sonrisa... ¡Bendícela Señor¡
Por esa sonrisa cariñosa y franca, dulce canción de primavera, rosas de luz bajo un cielo azul y acero... ¡Bendícela Señor!
Porque Tu cielo pintó de azul sus sentimientos, porque Tu cielo hizo de acero su voluntad; rayo celeste y plomo que en mi interior habita... ¡Bendícela Señor!
Porque su voz es tan tierna como música de estrellas y cuando habla lo hace con la voz del Nazareno, arrullo de palomas de la Eucaristía... ¡Bendícela Señor!
Por ser su corazón de rosa y terciopelo, por ser Tú, de ese corazón, la fibra más delicada, y rimar al unísono su corazón y el mío... ¡Bendícela Señor!
Por construir con sus brazos a mi alrededor, rumorosa avenida poblada de magnolias, delicioso aroma de amor celestial... ¡Bendícela Señor!
Por ofrecerme siempre su regazo amante para sepultar en él mis lágrimas dolientes, hasta trocarlas en sonrisas de resignación... ¡Bendícela Señor!
Porque sus manos suaves, mariposas en vuelo saben acariciar con infinita piedad, y porque animan todo lo que ellas tocan... ¡Bendícela Señor!
Porque el roce de sus santas manos, disipa las neblinas de mis soledades, con una caricia de espuma y jazmín... ¡Bendícela Señor!
Porque en la luz de sus ojos, guirnalda de estrellas, brillan siempre el perdón y el amor, iluminando así todo cuanto ella mira... ¡Bendícela Señor!
Porque en la perlada dulzura de su risa, encuentro la paz y la alegría de vivir y de su lado se escapa la palabra melancolía... ¡Bendícela Señor!
Porque es capaz de alfombrar con su delicado cuerpo y perfumar con su aliento de fruta madura, todos los senderos por donde el destino me lleve... ¡Bendícela Señor!
Por ser ella como es, generosa y noble, y ser su amor tan puro, único, perfecto, porque su amor es casi como el Tuyo... ¡Bendícela Señor!
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