(Jn 16,20-23a): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar. Aquel día no me preguntaréis nada».
Ningún ejemplo mejor de sufrimiento y dolor que se convierte en gozo con toda su plenitud que el de la madre cuando va a parir. Es lo que siempre se ha dicho: que en todo se puede caer, pero de todo se puede salir. También de dificultades, desánimos, depresiones, sinsabores,… Todo bien orientado puede volverse a favor nuestro, si recibimos y nos movemos en la alegría interior. Sí, muchas veces el Evangelio nos habla de renuncia, de esfuerzo personal, de sufrimiento. Pero tantas o mas nos hablan de gozo, alegría y de canto.
De eso sabe mucho María, cuyo mes hemos comenzado en el día de ayer. Se está despidiendo de nosotros antes de subir a los cielos y enviarnos su Espíritu e intenta sacar todo lo que se había olvidado para comunicarlo. No pierde ocasión de decirnos que no nos dejará solos. Así como de encargarnos su tarea de hacer discípulos a los demás.
Como dice Antonio Pagola, en Eclesalia, recordándonos esta última etapa de Jesús: “Entre los discípulos hay «creyentes» y hay quienes «vacilan». El narrador es realista. Sin duda, quieren creer, pero en algunos se despierta la duda y la indecisión. Tal vez están asustados, no pueden captar todo lo que aquello significa. Mateo conoce la fe frágil de las comunidades cristianas. Si no contaran con Jesús pronto se apagaría.
Jesús «se acerca» y entra en contacto con ellos. Él tiene la fuerza y el poder que a ellos les falta. El resucitado ha recibido del Padre la autoridad del Hijo de Dios con «pleno poder en el cielo y en la tierra». Si se apoyan en él, no vacilarán.
Jesús les indica con toda precisión cuál ha de ser su misión. No es propiamente «enseñar doctrina». No es sólo «anunciar al resucitado». Sin duda, los discípulos de Jesús habrán de cuidar diversos aspectos: «dar testimonio del resucitado», «proclamar el evangelio», «implantar comunidades»…, pero todo estará finalmente orientado a un objetivo: «hacer discípulos» de Jesús.
Esta es nuestra misión: hacer «seguidores» de Jesús, que conozcan su mensaje, sintonicen con su proyecto, aprendan a vivir como él y reproduzcan hoy su presencia en el mundo. Actividades tan fundamentales como el bautismo, compromiso de adhesión a Jesús, y la enseñanza de «todo lo mandado» por él, son vías para aprender a ser sus discípulos. Jesús les promete su presencia y ayuda constante. No estarán solos ni desamparados. Ni aunque sean pocos. Ni aunque sean sólo dos o tres.
Así es la comunidad cristiana. La fuerza del resucitado lo llena todo con su Espíritu. Todo está orientado a aprender y enseñar a vivir como Jesús y desde Jesús. El sigue vivo en sus comunidades. Sigue con nosotros y entre nosotros curando, perdonando, acogiendo… humanizando la vida.” Y por eso nuestra alegría, que es la alegría de la comunidad, se llena de gozo
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