(Jn 15,26—16,4): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio. Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho».
No estaremos solos, nos ha prometido y lo hemos reflexionado recientemente. Pero ello no es una llamada a la pasividad, sino a la acción continuada, con más motivación si cabe, pues tenemos más medios interiores. Por eso, “ustedes también darán testimonio de mí”. El estar acompañado reforzará, como decimos, nuestra motivación, pues nos ayudará a ser más fuertes ante las dificultades y contratiempos que de seguro vamos tener, pues también nos expulsarán de las sinagogas y llegará el momento en que el que les ridiculice o haga la vida imposible pensará que así está haciendo un favor a Dios.
Y es que siempre ser cristiano ha sido vivir a contracorriente, no solo por cosas externas, sino, sobre todo, por cuestiones internas, tal como es nuestra tendencia interior a la comodidad y a no superar las dificultades esforzándonos. A veces pactamos con ellas, y ya sabemos lo que ocurre en estos casos: nos vencen. Pero El nos ha nombrado sus testigos, a pesar de las contradicciones que podamos vivir. Unos hoy sufren persecución por dar testimonio directo de Jesús, otros por proclamar los derechos del hombre, su libertad y dignidad, lo cual es también una forma secular y válida de nuestro tiempo de proclamar el valor de la fraternidad que Jesús nos enseñó. “Proclamen la beneficencia como la madre Teresa de Calcuta, y hasta les ayudarán, pero pregonen los derechos de los sectores marginados y les declararán la guerra” (J. Moltmann, teólogo). Por eso en mas de una ocasión sentiremos el vacío a nuestro alrededor por ser inconformistas o por ser tachados de revolucionarios. Nos dirán que no tenemos por qué complicarnos la vida, y siempre será más fácil dar una limosna en un tele maratón que vivir en la complicidad con el compromiso permanente a favor de los demás.
Hoy son necesarios estos nuevos testigos en nuestra sociedad, donde no cedamos al chantaje, a la corrupción, al robo, al asesinato de indefensos, al pacto de puestos mejores. El grito del Evangelio debe seguir sonando desde nosotros en una nueva sociedad con nuevos problemas, o con los problemas de siempre con vestidos diferentes. Y el grito del Evangelio sigue siendo el grito de los pobres.
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