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Un heraldo de la paz

(Jn 14,27-31a):   En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: ‘Me voy y volveré a vosotros’. Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado».

 

Nos da la paz, pero con su vida, pasando por el dolor de la cruz y la renuncia a si mismo. No se las doy como la da el mundo, y lo digo ahora antes de que suceda. No es una paz cualquiera, es algo más que la ausencia e guerra, porque en otra ocasión nos dirá que no ha venido a traer la paz sino la guerra. ¿Contradicciones?

Su paz es fruto de una lucha fuerte, de una lucha interior contra la comodidad. Al igual que en nosotros si queremos lograrla, hemos de lucha contra actitudes y circunstancias exteriores e interiores. No es la paz del silencio de los cementerios, ni de la después de un toque de queda, ni la paz del pasota, al que nada atañe ni por nada se conmueve. Es la paz del que ha luchado, venciéndose a sí mismo, por los demás. Similar a la expresión de M Luther King: “después de mi muerte, digan, si quieren, que ha muerto un heraldo de la paz”.

 

Es la paz fruto de la lucha de cada día, del quehacer laborioso por un mundo mejor. “Si hay una acción buena que realizar, hágala ahora, si hay una palabra buena que decir, dígala ahora porque ese momento no se volverá a repetir” (William Morris). Es la paz que no cesa, no la que es fruto del estar sentados, sin hace nada, sino la de aquel que continúa haciendo el camino cada día. Esa fue la paz que nos dejó Jesús, la de aquel que murió, como dice nuestro adagio popular, con las botas puestas.

 

Pero es también la paz, y su deseo ferviente, para todos los que en este momento mientras leemos estas reflexiones están muriendo víctimas de la guerra en Irak, Sudán o múltiples lugares que seguimos llamando como las guerras olvidadas o ignoradas. Es la paz fruto de una acción gubernamental que solo suele llegar cuando los ciudadanos de a pie, comprometidos con esa causa, la pedimos insistentemente y de muchas maneras, con nuestras voces y reflexiones, con nuestras acciones y votos, con nuestro saber concienciar a los demás. Es también una forma de morir con las botas puestas, sin mirar hacia atrás y sin cansancios.

 

Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 22 de Abril, 2008, 12:28, Categoría: Comentarios al Evangelio
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