(Jn 14,21-26): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él». Le dice Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?». Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho».
Obras son amores, y no buenas razones, dice nuestro refranero. Es lo que aplica también Jesús: Si alguno me ama, guardará mi Palabra. Es uno de los criterios para que cada uno de nosotros podamos evaluar si realmente amamos a Dios o no. Sus mandamientos los dejó impresos Moisés en unas tablas, pero el propio Jesús se ha ido encargando de matizarlos, de explicarlos, de detallarlos, tanto que al final los ha dejado resumidos en dos. De ahí lo que se nos ha explicado para preguntarnos a nosotros mismos de cómo vamos a amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos al hermano a quien vemos a diario. Amarle a pesar de las diferencias.
Depende de la actitud interior que tengamos. Nancy de Mos escribe : “La verdadera santidad empieza en el interior –con nuestros pensamientos, actitudes, valores y motivaciones- esas más profundas partes de nuestros corazones que solo Dios puede ver” pero que luego de forma espontánea se traducen en el exterior en comportamientos, frases y acciones.
Y es que a pesar de nuestras diferencias vivimos en el mismo planeta, dependemos del mismo Sol y necesitamos de la Tierra, cuyo día internacional celebramos ayer, y un buen medio ambiente, nos admiramos ante las mismas estrellas, nos mojan las mismas lluvias, sufrimos las mismas tormentas, el viento nos acaricia a todos por igual y somos reflejo del esplendor de la naturaleza. El clima y las estaciones afectan a cada uno por igual dependiendo del lugar donde vivimos.
No vivimos solos. Nos rodean otras personas. La organización social no es para cada uno de nosotros, sino para todos. Es posible que a unos aguantemos, a otros sintamos cariño, con otros vivamos la amistad. Pero siempre dependemos unos de otros. Por eso entre todos debe primar el respeto, la tolerancia a las diferencias, el perdón de sus defectos o fallos, como nosotros necesitamos el suyo. Amar a pesar de las diferencias.
Caminamos por las mismas calles, frecuentamos los mismos comercios, a veces calzamos la misma marca de los zapatos, utilizamos los mismos medios de transporte, escuchamos los mismos sonidos en la calle o en el barrio. Somos diferentes, pero somos iguales. Hasta por ley natural, estamos llamados a entendernos, a comprendernos, a respetarnos. En la máxima evangélica, a amarnos. Y para que lo entendamos mejor nos, Jesús nos da más medios: el Padre enviará en su nombre al Espíritu Santo, una presencia interior permanente en nuestras vidas.
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