(Jn 14,7-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si pedís algo en mi nombre, yo lo haré».
Tanto tiempo hace que estoy con ustedes y todavía no me conocen. Suele pasar. No solo en nuestra relación con Jesucristo, sino en la comunicación con nuestros semejantes: desde los más cercanos y queridos de la familia hasta otros con los que solo nos une lazos de vecindad y buen hacer. Hemos hablado muchas veces, les hemos escuchado, hemos compartido miles de situaciones, y en ocasiones descubrimos que estamos anclados en el pasado de nuestras primeras impresiones. Las personas siempre deben sorprendernos, no debemos acostumbrarnos a lo que hemos palpado en el primer impulso. Si bien el primer conocimiento marca, luego el conocer al otro, también a Jesús, debe ir en una línea de crecimiento. Porque al otro, y también al Otro, nunca se le conoce en profundidad. Siempre hay un misterio insondable en los demás. Las palabras de Jesús que suenan a reproche, y lo son, porque no se habían enterado aún de con quien andaban por el camino de la vida, son también una llamada a espabilarnos en nuestra concepción de la persona. Decir “ya le conozco”, es como decir que hemos llegado al final de sus posibilidades. Y Jesús siempre debe sorprendernos. Y las personas, los otros también.
La lectura atenta y meditada de su Palabra, el Evangelio, los otros son medios que tenemos a nuestro alcance para seguir profundizando en el conocimiento del Salvador. Y eso, los tenemos a nuestro alcance. Conocer a Jesús, por otra parte, como también conocer a los demás es algo más que un conocimiento intelectual, de estudio. Si fuera así, puede que ya lo conozcamos casi todo y las palabras de Jesús no estuvieren dirigidas a nosotros. Conocer, y más en el lenguaje bíblico, es algo más que lo meramente intelectual, encierra la idea de relación de amistad, de familiaridad, de intimidad, de compenetración total con la persona a la que creemos conocer. Es algo así como sentirnos identificados con sus ideas, proyectos y deseos. Por eso lo del “y todavía no me conocen”, puede ir dirigido también a los más estudiosos y conocedores intelectualmente del mensaje bíblico. Igual criterio habríamos de tener en cuenta en nuestra relación o presunto conocimiento de aquellos que nos rodean.
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