(Jn 12,44-50): En aquel tiempo, Jesús gritó y dijo: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí».
Ha venido, entre otras cosas, para disipar oscuridades, y que caminemos con los criterios bien claros, sin tropezar con nada ni nadie. Pero somos libres de seguir su sendero o no. El habla de acuerdo a lo que ha escuchado de su Padre. No es algo individual su mensaje. Viene de parte de Otro. Al igual que nosotros en nuestro quehacer diario. No podemos ser individualistas e ir de protagonistas en la vida. Es otro el protagonista. Nosotros somos intermediarios.
Ha venido como luz, no podemos, pues, vivir en las tinieblas. Pueden haber otras luces, otras antorchas. También hay muchas antorchas en el mundo que alumbran con la verdad y la libertad. En estos días una de ellas pasea y corre por casi todos los países del mundo, portando un mensaje de esperanza y fraternidad, como siempre lo ha hecho cuando de deportes se trata. No es una mera competición, sino poner en común destrezas y habilidades que unan a los pueblos entre sí. Siempre han sido garantes de libertades y de derechos humanos. Por eso su paso por el mundo está despertando diversos sentimientos y actitudes, pero sigue adelante portando su llama, la llama de la esperanza para que donde no haya libertad comience a existirla.
No podemos ni debemos esconder esas luces debajo de un celemín, ni tampoco enturbiarlas con prácticas que atenten contra los seres humanos. Es hora de no pasar desapercibidos, podría ser también un síntoma de oscuridad. No solo la antorcha olímpica, también la que cada uno ha de llevar en la carrera de la vida, entregándola a quien encontremos en el camino. La antorcha olímpica puede ser un ejemplo, se van dando el relevo unos a otros, a pesar de las dificultades y protestas, porque en este caso las protestas son también otras luces que iluminan los caminos de aquellos que todavía andan en la oscuridad. Que esa luz, y las nuestras de cada día, sirvan para que nadie viva en las tinieblas, que todos podamos descubrir los valores de la verdad, de la justicia, de la fraternidad que el Evangelio nos proclama. Todo lo contrario a la tiranía, a la injusticia, a la dictadura, a la represión, al egoísmo, a los intereses de unos pocos sobre otros muchos.
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